LA HABANA, Cuba, marzo, 173.203.82.38 -El régimen cubano, a la hora de denigrar, no tiene en cuenta al ser humano, incluso aunque ello vaya en contra de su propaganda de incorporación de las personas a la sociedad.
En Cuba, después que una persona sale de la prisión, por haber cometido un delito común, es muy difícil su inserción social. Primero que todo, les cuesta mucho esfuerzo encontrar un lugar donde poder trabajar. Eso sin contar que siempre mantendrán sobre ellos la sospecha de la policía, a través del Jefe de Sector en su zona, aun cuando no vuelvan a delinquir.
El pasado 16 de febrero, la oposición interna en Santa Clara, provincia de Villa Clara, denunció la muerte de un preso en la enfermería de la prisión de Guamajal. Este hombre se encontraba en huelga de hambre y las autoridades carcelarias no hicieron nada para impedir su muerte. Su nombre era Roberto Antonio Ribalta Junco, nacido el 13 de junio de 1968.
Su mamá, Doraida Junco Agüero, relata su historia: “En 1990, mi hijo fue sancionado, por robo, a 5 años de privación de libertad. Estuvo preso más de 20 años, por haberse complicado en la prisión. Entre sus problemas estuvo el intento de fuga. Pero, ciertamente, otras sanciones fueron totalmente injustas y sin pruebas. Por ejemplo, estando recluido, lo sancionaron a 8 años de privación de libertad, por robo, y la prueba fue una huella de laboratorio en un jarrón. En esta horrible prisión se vio afectado por la desidia de los médicos y de los jefes, ya que se enfermó de tuberculosis y tuvieron que operarlo y extirparle un pulmón”.
Cuenta además la madre de Roberto Antonio Rivalta Junco: “El 24 de diciembre de 2011, fue amnistiado, por la visita del Papa a Cuba. Llevaba un año y 10 días en la calle cuando lo vuelven a apresar. El indulto fue por la buena conducta dentro de la prisión. Como mi hijo era barbero, pelaba a los internos sin cobrar un centavo, a veces hasta 60 presos al día. Él era padre, su hija tiene 16 años, y la madre se la llevó para Alemania, vive allá y recientemente llamó por teléfono cuando supo de la muerte de su papá”.
Relata Doraida Junco que la última tragedia de su hijo “Comenzó el pasado 6 de enero, cuando la policía fue a la casa y le dijo que lo acompañara al cuarto donde él dormía (se lo había prestado una sobrina), pero cuando iba llegando a la esquina, había un auto de la criminalística, entonces reaccionó y le dijo al oficial que se le había quedado algo en la casa y viró. El policía se quedó en la calle esperando y él se le fue por la parte de atrás de mi casa. Cuando vio que lo habían engañado me dijo que se iba porque lo tenían cansado, que cada vez que había un robo lo metían en Instrucción. Recientemente, había estado 10 días detenido, también por otra investigación, de la cual resultó inocente”.
“Finalmente, el día 10 de enero –testimonia Doraida-, lo detuvieron en el municipio de Vueltas, y me llamaron y me lo dijeron, lo llevaron para Instrucción y allí en ese mismo momento se declaró en huelga de hambre. Al cabo de los días me avisaron que lo habían pasado para el hospitalito de la prisión de Guamajal. La instructora Yeleidy Rodríguez se encargaba de llamarme y me decía que él estaba en huelga de hambre y no me lo dejaban ver. A los 31 días fue que me llevaron a verlo, el 11 de febrero”.
Pero ya era tarde para la pobre madre: “Al día siguiente, en ese estado en que se encontraba, lo trasladaron para la Prisión La Pendiente, de lo que me enteré por averiguaciones, pues en ningún momento la policía me informó al respecto. El día 14 llamaron cuatro reclusos de La Pendiente y me dijeron que estaba en celda de castigo y que le gritaban que si no comía no le iban a dar agua. Le estaban negando el agua. El día 15 de febrero, por la tarde, me llamó un guardia y me dijo que el médico lo había remitido para el Hospital Arnaldo Milián, de Santa Clara, pero él no me llamó desde allí. El sábado 16 por la mañana, me tocaron a la puerta 3 militares y me dijeron que se había muerto. Y nunca lo pude volver a ver”.
Una persona conocida, que estaba en una visita a un preso en La Pendiente, le contó a Doraida que había visto a Roberto, a las 4 de la tarde del viernes 15 de febrero, cuando lo sacaron, y no podía ni hablar ni caminar. Un fiscal de la Fiscalía Militar informó escuetamente a la familia del fallecido que su caso estaba en investigación.
“Imagínese cuál será mi dolor, pues ni siquiera sé de qué murió”, se lamenta la madre. Y concluye: “Cuando el médico le hizo la necropsia dijo que no había forma de muerte aparente, que el único pulmón tenía unas cavernas, pero no estaban activas, ni la úlcera, ni el corazón, ni el cerebro. Ellos ignoran de qué murió. Me dijeron que a los 7 u 8 días llegaba el resultado de los órganos, pero ya ha pasado más del doble de ese tiempo y no hay una respuesta”.
Roberto Antonio, el cual no llegó a ser instruido de cargos y permaneció en condiciones inhumanas por su posición de fuerza, como siempre ocurre con cualquier huelguista en las prisiones cubanas, al igual que otros casos que hemos reportado, tiene una familia que llora su pérdida y que nunca sabrá la verdad de lo sucedido, porque las órdenes de no dar agua a los que hacen huelga, de mantenerlos en celdas de castigo y de no ofrecerles ayuda médica, vienen desde arriba.