GUANTÁNAMO, Cuba, julio, www.cubanet.org -En estos días, la prensa oficialista cubana ha reiterado el caso del periodista paraguayo Paulo López. Insiste en que López fue despedido del diario ABC Color, por negarse a manipular el discurso del presidente del Consejo de Estado y de Ministros, General de Ejército Raúl Castro, en la clausura del último período de sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular.
Sin embargo, cuando analizamos lo que realmente ocurrió, resulta evidente que no existió intención de manipular la noticia, por parte de Aldo Zuccolillo, director del periódico ABC Color. Sencillamente éste le orientó al periodista que destacara y colocara como un título principal unas declaraciones de Raúl Castro, en las que admitía el fracaso del sistema cubano, petición que Paulo López rechazó por estimar que eso no había sido dicho por Raúl en el mencionado discurso.
En esencia, el periodista se negó a cumplir una orden del director del periódico, a pesar de que es evidente que el mencionado discurso constituye un reconocimiento del fracaso del modelo cubano. De no ser así, no se estarían dando pasos para eliminar el control estatal sobre las empresas, que hasta hoy había sido casi absoluto. Tampoco se habría abierto espacio a la iniciativa privada, ni se le estuviera dedicando atención al calamitoso estado de las relaciones sociales.
Desconocer que el discurso del presidente de los Consejos de Estado y de Ministros contiene una descalificación de lo que ha sido el modelo cubano, resulta asombroso. A mí se me antoja como una especie de canto de cisne. Lo que fueron las tan pregonadas “moral comunista”, ¨moral revolucionaria”, ”moral del hombre nuevo”… hoy no son más que resonancias huecas de un entusiasmo soliviantado por los métodos de la psicología de las masas. Por razones de espacio, me voy a referir solamente a uno de los aspectos de lo tratado: la pérdida de valores en la sociedad cubana actual.
Una de las primeras medidas adoptadas por la revolución fue la plena incorporación de la mujer a las tareas sociales. No tengo objeción alguna contra eso, pero lo cierto fue que una sociedad patriarcal como era la nuestra, sufrió de inmediato las consecuencias de una política que se impuso de forma abrupta.
Los rezagos machistas y la incultura alimentaron las desavenencias familiares que tal medida provocó. El divorcio, que antes era un estigma, se convirtió en una moda. Muchas mujeres confundieron libertad con libertinaje, y casi no hacían acto de presencia en la casa, donde sus hijos, en el mejor de los casos, eran atendidos por otros familiares o pasaban el día a su libre albedrío.
Los guiños dirigidos por el gobierno a la juventud para que alcanzara una libertad que nunca llegó, estaban dirigidos en realidad al debilitamiento de la familia, a pesar de que el propio Carlos Marx había escrito que es la célula fundamental de la sociedad. Si en una familia no existe control alguno sobre los hijos, si no hay espacio para la comunicación, el contacto y el cariño, en algún momento la sociedad sufrirá las consecuencias.
Eso es lo que ha ocurrido en Cuba, donde legiones de jóvenes se desentienden de lo que dicen los mayores, no los escuchan, se burlan de ellos, responden a sus palabras con insultos, frases soeces y amenazas, porque en vez de haber crecido en un ambiente de respeto, cariño y tolerancia, fueron educados en la imposición y la violencia, en la realización de la voluntad personal por sobre todo, en el derecho de” aplastar a los enemigos” por cualquier medio.
Otra institución de importancia en la conformación de valores es la escuela. Es muy posible que factores psicológicos muy propios de la personalidad de Fidel Castro, conformados dentro de su familia de origen, y vinculados a su egolatría, propiciaran el temprano golpe que el gobierno revolucionario propinó a la educación religiosa. Los dirigentes de entonces consideraban posible la edificación de un estado totalitario homogéneo en el que pudiera moldearse hasta el pensamiento de los individuos.
Una enseñanza ateísta, que calificaba a los religiosos como ignorantes e incultos, peleados con la ciencia, se fue inculcando lenta pero inexorablemente en el tejido social cubano. La nefasta conclusión del experimento fueron las escuelas en el campo, donde numerosos jóvenes quedaron marcados por la violencia y el abuso sexual.
Cuando José Ramón Fernández era Ministro de Educación, comenzó el fenómeno del ciento por ciento de promoción en cada centro escolar. La escuela que obtuviera un 95% de promoción era mirada con malos ojos y los maestros que desaprobaban a sus alumnos eran muy cuestionados. El mensaje quedó claro, y se establecieron los “repasos” un día antes de las pruebas, “las aclaraciones de dudas”, con ejercicios y preguntas que luego saldrían en los exámenes.
Fue la época de las escuelas formadoras de maestros, construcciones gigantescas que aseguraban graduaciones de miles de educadores, porque también eran miles los que abandonaban las aulas antes que transigir con un modelo de educación que distorsionaba el carácter de los educandos y de sus profesores y que privilegiaba la orientación ideológica antes que la misma educación.
La destrucción de numerosas familias y el establecimiento de un sistema educacional que tiene como único objetivo convertir a los ciudadanos en “dóciles asalariados del pensamiento oficial” (la frase es del Che), no han ofrecido resultados alentadores. Si la moral revolucionaria, tan pregonada por Fidel Castro, fuera realmente superior, no tendríamos en Cuba esta situación tan lastimosa.
Estos resultados bastan para descalificar al experimento fidelista. Y le aclaro a Paulo López que si él no sacó esa conclusión de las palabras de Raúl Castro, entonces podría sacarla de lo que hace pocos años el propio Fidel afirmó en una entrevista con un periodista norteamericano, a quien dijo que el sistema cubano no le servía a nadie, ni a nosotros mismos.