LA HABANA, Cuba, abril (173.203.82.38) – Luego del derrumbe de la Unión Soviética, el gobierno cubano cayó en una severa crisis energética. Los apagones estaban a la orden del día. La década de los 90 resultó desastrosa. La agonía de estar más de doce horas sin fluido eléctrico era un tormento medieval. Las amas de casa tenían que inventar en la cocina para que la familia no perdiera el equilibrio emocional. El régimen, por su parte, con tanto desencanto y apagones, intuyó que algo se le podía salir de las manos.
En 1994, la situación llego al límite. La gente buscaba por todas partes alimentos y otros productos básicos. Encima, la falta de electricidad desesperaba al más ecuánime. Fue entonces que la gente se lanzó a la calle a romper las vidrieras de los comercios que vendían sus productos en divisas.
Para suerte del gobierno, todo se “arregló” gracias a la divina providencia bolivariana. Varios años después de estos sucesos, llegó Hugo Chávez al poder, y con su matraca del socialismo del siglo XXI, le tendió una mano a la familia Castro y empezó a enviar a Cuba 92 mil barriles de petróleo cada día, así disminuyeron los apagones. Este menjunje de amistad y perorata socialista entre Fidel y Chávez, originó que al Comandante se le ocurriera hacer una nueva revolución: la energética, que al igual que la primera que se le ocurrió, tampoco ha sido beneficiosa para los cubanos.
Pensamos que nunca regresaríamos al apagón, y otra vez nos equivocamos. Aunque las interrupciones del servicio eléctrico son menos, las calles y avenidas de las ciudades continúan totalmente apagadas. Algo que asusta y propicia los asaltos, robos y violaciones cada vez más frecuentes, que la prensa oficial, por supuesto, oculta, y que a los gobernantes no parece importarles en lo absoluto.
Por solo citar un ejemplo, en el hospital Salvador Allende (antigua Covadonga), en el municipio Cerro, el alumbrado público y las áreas de urgencias permanecen siempre apagadas, a pesar de que las bombillas están en su lugar, sin aparentes roturas.
Nuestras ciudades están tan apagadas como nosotros mismos.