LA HABANA, Cuba, julio, 173.203.82.38 -Aunque lo ignoren o simulen ignorarlo nuestros nacionalistas de oropel –sean caciques totalitarios o miembros del gracioso Gobierno Constitucional de Cuba en el Exilio-, las últimas generaciones de jóvenes y adolescentes cubanos se mostrarían hoy proclives al anexionismo con Estados Unidos, tantos y en tan resuelta medida que configuran un fenómeno sin precedentes en nuestra historia.
Es extraño que con lo chiflados que somos para las estadísticas, a nadie, de este lado o del otro, se le haya ocurrido plasmar en blanco y negro lo que piensan tales muchachones en torno a la hipotética (y por suerte, remota) posibilidad de que se convirtiesen en ciudadanos estadounidenses, con sus consecuentes beneficios y sin que para ello tuvieran que enfrentar las mil maromas migratorias del presente, saturadas de obstáculos y aun de riesgos para sus vidas.
El resultado puede sorprender quizás a más de un cubanólogo de cátedra y buró, y sería causa de infarto masivo entre la cópula del régimen. Sin embargo, sólo va a servir para la confirmación de una realidad que está al alcance de cualquiera, luego de nacer y crecer multiplicada ante nuestras narices, dando validez a la sentencia de que, por encima de todo poder y doctrina, los seres humanos siempre terminan pareciéndose más a sus circunstancias que a sus padres.
Lo estamos viendo ahora mismo en el ejemplo de los habitantes de las Islas Malvinas, quienes prefieren seguir siendo ingleses, al margen de las pillas pataletas de la presidenta argentina. Y también lo hemos visto en el caso de Puerto Rico, cuyos naturales quieren ser puertorriqueños, pero sin perder el estatus de estadounidenses, no obstante las aburridas soflamas de los independentistas.
Claro que tratándose de Cuba, la cuestión no dejaría de ser vista quizá como una extrañeza en muchos lugares del mundo, puesto que, según los tópicos, aquí no sólo fuimos siempre muy patriotas, sino que, además, en las últimas décadas nos convertimos en antinorteamericanos, dicen que por definición histórica.
Por razones de espacio, no procede ahora someter estos tópicos a un examen profundo. En cualquier caso, aun cuando contasen con fundamentación, lo cierto es que el uso y el manipulador abuso del régimen en torno a tales características nuestras, está haciendo agua entre las últimas generaciones, las cuales, cada vez más ajenas al discurso patriotero y más ansiosas (también más necesitadas) de insertarse en la dinámica de la globalización, muestran agotada no solamente la paciencia, sino incluso el sentido de pertenencia a una identidad que les mantiene en desventaja frente la nueva coyuntura mundial.
Se trata de un vaticinio nada simpático para muchos cubanos de otras generaciones, vivan fuera o dentro de la Isla. Pero no está en mis planes ser simpático, sino describir lo que veo y oigo y pienso. De todas formas, si alguno deseara quemarme vivo, le ruego, por favor, que espere por la realización de un estudio, pero serio, científico, basado en encuestas libres, sin trampas ni coacciones.
Por lo demás, en la elección de esos jóvenes cubanos de hoy no primaría la posición política. De hecho, ellos carecen de actitudes y motivaciones políticas, y, en general, es poco o ninguno el interés que demuestran por la vida cívica y por la cultura. Entre el decreciente número de los que todavía se muestran atraídos por la academia, sobresalen los que procuran una buena formación técnica o profesional que les facilite acceso al progreso, en el extranjero, desde luego. Y punto.
Aunque los caciques de la raspadura no se den por enterados, el especioso argumento de la soberanía nacional resulta para estos muchachones punto menos que una muela insulsa, que les escatima realidades nuevas, mucho más sustantivas. Puede ser que no se lo planteen en términos tan explícitos, pero es así como funcionan en la práctica, también un poco por mimetismo generacional.
“La anexión no es un pecado, es tan sólo una opinión política”, dijo hace pocos días, durante una conferencia, el actual Vicario de La Habana, monseñor Carlos Manuel de Céspedes, curioso descendiente del Padre de la Patria. También diríamos (aunque en lo personal yo no comulgue con el anexionismo), que además de una opinión política, puede ser un recurso de los desesperanzados.
Y visto así, ¿quién quita que Fidel Castro termine pasando a la historia (algo que le obsesiona), pero no con la imagen que minuciosamente se ha inventado, sino como el mayor promotor del anexionismo entre Cuba y Estados Unidos?
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