LA HABANA, Cuba, septiembre, 173.203.82.38 -El segundo domingo de septiembre solo quedó en La Habana la Compañía de Teatro Hubert de Blanck. Supongo que las demás agrupaciones teatrales cogieron camino a Camagüey, para participar en el 14 Festival Nacional de Teatro. La soledad del escenario teatral capitalino era comparable a la penumbra que siguió al apagón que hace poco afectó a media isla, durante más de seis horas.
Pero hay cosas que solo los grandes pueden hacer, y la Hubert de Blanck se las arregló para iluminar la gris tarde habanera. Con la muerte como protagonista, o el apagón energético como referente, el domingo cayó sobre los habaneros, con calles desiertas y un día nublado y denso. Sin embargo, Ecos y Murmullos en Comala, una lectura de Abelardo Estorino sobre la novela Pedro Paramo, de Juan Rulfo, fue lo diferente.
La obra ratifica la ascendencia de la literatura latinoamericana sobre los dramaturgos cubanos, o quizás es un motivo de escape a la censura en la isla, o a su inserción en la realidad americana, tan preñada de los Pedro Paramo, Aureliano Buendía o Doña Bárbara. Clichés repetidos hasta el infinito, por supuestos paradigmas, en definitiva monotemáticos y monocromáticos, que inventan una visión del área al calco de su experiencia, evadiendo matices y singularidades.
La producción de Ecos…, fue a tres manos entre Casa de Las Américas, el Consejo (vice ministerio) Nacional de las Artes Escénicas, y la Compañía Hubert de Blanck. La pieza se ajusta a la historia de las naciones americanas, marcada por la presencia de las culturas precolombinas, en ese mestizaje eterno con los migrantes y las leyendas y mitos del hombre fuerte, el caciquismo y la Ley de Herodes.
La teatralización de Abelardo de la emblemática pieza literaria de Rulfo, está llena de sutilezas que sintetizan, a su modo, los pasajes novelados. Pero a la vez rezuman esa humanidad particular, tan lejana a nosotros, por su cosmos. En la obra, el tiempo se detiene y confunde, se superpone, y nos habla de la vida y sus miserias y del olvido. Aunque este sobreviva en el mito.
Según afirma Vivian Martínez Tabares en el texto introductorio, Estorino recrea a Pedro Paramo. Juan Rulfo y Pedro Paramo son un referente obsesivo para Abelardo, a lo largo de toda su trayectoria. “Sin Juan, declaró el dramaturgo por la década de los ochenta, sus obras no serian iguales. Tenemos en común el interés por los conflictos de la tierra y el contexto provinciano y rural” (sin lugar a dudas diferente entre Latinoamérica y Cuba). Ahí deben estar las bases de esta lectura escénica, como dice Vivian, “también para rescatar, a su modo, la mirada oblicua y difusa en torno a un personaje mítico y a un entorno singular, cargado de dolor y muerte, de sensualidad y culposos incestos, de vida ansiada y poder castrante”.
Al asistir a la presentación de Ecos en Comala, se regresa a ese escapismo militante, al teatro internacional de nuestros dramaturgos y directores de teatro, (cuando no hablamos de enrevesamiento para escapar de la censura), y lean una posible sinopsis de la obra. “Juan Preciado va el encuentro de la historia de su padre –un cacique cruel y autoritario, soberbio y orgulloso, despreciativo de todos pero humanizado en la pasión imposible por la única persona amada-, para completar los fragmentos perdidos de tantas vidas, en medio de los fantasmas”. Y, mientras el Preciado busca la verdad, encuentra paso a paso su propio calvario.
¿Hay alguna relación con el nos-cuba?
Sin embargo, la obra atrapa al público, aunque a veces es inentendible en sus diálogos y códigos. Quizás perdonada la incomunicación gracias al vestuario de los “Juanes y las marías”, a cargo de Carlos Repilado. Con una selección exacta del vestuario, Repilado ubica de inmediato al público en el contexto geográfico y lo dirige a la comprensión del tema.
Abelardo Estorino, Premio Nacional de Teatro (2002), en este caso como director y guionista, escogió para el rol de Pedro Paramo al reconocido José Ramón Vigo, quien se mete en la piel del cacique, cínico, angustiado y decimonónico. Mientras Juan Preciado es encarnado con limpieza por Alberto Gonzales.
Las palmas de la actuación se las llevaron Juan Carlos García, en el papel de Fulgor, y Galia Gonzales en el rol de Doloritas. Ambos actores entregaron a los respectivos personajes su memoria emotiva, su arsenal técnico y un registro de sensaciones y sentidos más allá de los silencios, que atraparon al público asistente a la sala de la calle Calzada.
A la altura de casi 90 años, Abelardo (Unión de Reyes, 1925) utilizó en esta oportunidad un equipo de lujo. La coreografía y el movimiento escénico estuvieron a cargo del reconocido Iván Tenorio, mientras la música y el sonido fueron responsabilidad de Ulises Hernández.
Entre las más importantes obras del escritor y dramaturgo matancero están El Robo del cochino (1961), Morir del cuento (1975), La dolorosa historia del amor secreto de José Jacinto Milanés (1973), y la dirección, en 1978, de Los pequeños Burgueses, de Máximo Gorki.