LA HABANA, Cuba, julio, 173.203.82.38 -La mayoría de los aspirantes a reparar o construir su vivienda con esfuerzo propio, y quienes sueñan se les otorgue un inmueble del fondo habitacional, aguardan con un ojo abierto y otro cerrado el derrumbe del techo sobre sus cabezas o una quimérica solución.
El burocratismo, la escasez y los prohibitivos precios de los materiales de construcción, se suman al estrés producido por el temor de morir bajo los escombros de una pared, y crean una sensación de desamparo que a no pocos envía para el hospital.
Nadie tiene a quién acudir. El delegado del Poder Popular de la zona es una figura decorativa que sólo puede tomar notas de la situación. Los vecinos halan cada uno para su lado, y para de contar. Las organizaciones de masas se desgastan en promesas que saben nunca cumplirán.
Cientos de capitalinos dicen que si no han muerto aplastados bajos los escombros de sus viviendas es porque los techos y las paredes están sujetos por la mano de Dios. Otros aseguran que cuando Dios mueva la mano para ayudar a los demás cubanos ya no habrá nada que hacer.
La cuestión es que con las autoridades no se puede contar. Los supuestos cambios no detienen el deterioro habitacional, y muchos cubanos han muerto y otros tendrán que morir de no encontrarse urgente una fórmula para escapar del derrumbe de una edificación.
Armando Fonseca y su esposa Caridad intentan resolver la inseguridad de su habitación desde 1973, fecha en que la cuartería donde residen en Centro Habana fue declarada inhabitable por la Dirección de Vivienda municipal.
“Si la cantidad de inspecciones y promesas que hemos recibido en todos estos años hubieran sido cemento, ladrillos y arena, hoy esta ciudadela fragmentada en 12 habitaciones con baño colectivo para más de 40 personas, fuera una copia fiel del Empire State”, señaló.
Malogrado estudiante de arquitectura por su inconformidad con la revolución, Armando desarrolló su vida laboral entre rieles y locomotoras del ferrocarril. Jubilado del sector de la transportación, sólo agradece poseer un carnet que le hace menos difícil viajar.
El recuerdo de un hijo de su esposa que cumplía el servicio militar y estando de permiso murió bajo el derrumbe de un edificio deshabitado mientras sacaba ladrillos para vender y ganar algún dinero para salir a pasear, multiplica su inconformidad “con la vida de perro que llevamos y contra quienes han hecho del trabajo honesto una maldición”, expresó.
Por más de cuatro décadas les prohibieron a los cubanos construir por cuenta propia, y ahora que tienen autorización muchos no encuentran el espacio, los materiales, o no tienen cómo pagar.
Armando y Caridad se encuentran entre los que no reúnen los requisitos para obtener un préstamo bancario en el laberinto burocrático y selectivo en que se pierden las nuevas leyes del país.
No son solventes, y como no podrían pagar en tiempo y forma préstamo alguno, tendrán que seguir bajo la pertinaz lluvia de polvo de cabillas y cemento hasta que llegue el derrumbe total. La suma de sus pensiones de jubilación no llega a 30 dólares al mes.
Los cientos de ciudadelas y edificios inhabitables o abandonados y a punto de colapsar en la capital, se expanden por todos los municipios y conforman un panorama en ruinas que las autoridades pasan por alto, minimizan o no quieren mirar.
Ahora el culpable del deterioro de las edificaciones no es sólo el “boqueo” norteamericano, sino también la crisis económica mundial. Antes, cuando el subsidio soviético alcanzaba alrededor de 6 mil millones de dólares anuales, ¿de quién era la responsabilidad?
Para los cientos de cubanos que han sufrido diversas afectaciones o muerto bajo los escombros de un derrumbe ya no existe una solución. Para los miles que hoy duermen con un ojo abierto y el otro cerrado por temor a morir aplastados, es posible que sí.