LA HABANA, Cuba, septiembre, www.cubanet.org -Es mediodía, y como ocurre diariamente de lunes a viernes, las puertas de las escuelas secundarias se llenan de familiares. Los estudiantes acuden felices a su encuentro: desde la casa les han traído algo para almorzar. Más allá de esa escena, en un segundo plano, quedan los muchachos que deberán consolarse con la “merienda escolar”. No son huérfanos, pero para ellos sencillamente “hoy no toca”.
En la mayoría de las secundarias no hay comedores. Apenas un local, sucio y mal iluminado funciona como expendedor de la repugnante merienda que ofrece el gobierno. El alumnado, además, tiene prohibido salir de los centros de estudio hasta que termine la jornada lectiva. Mirando el horario en que se suministra la merienda, diríase que se trata más bien del almuerzo del día, cuyo menú consiste exclusivamente en un pan untado con algún emplasto indefinible y un vaso de yogurt de soya. Es el único alimento que consumirán, entre el desayuno y la cena, muchos adolescentes de hogares con salarios insuficientes para costear un almuerzo diario.
Mudos ante estos hechos y haciendo gala de su política de enajenación, los medios de información del régimen ensalzan la “mágica capacidad” del sistema educativo para integrar la escuela y el hogar, en tanto la familia brinda un “paciente apoyo para forrar los libros y las libretas” o para inculcar “las formas de expresión y de conducta que deben distinguir –siempre– a una sociedad como la nuestra…” (Granma, 2 de septiembre de 2013: “Somos muchos más”). Jamás se refleja la preocupación de los cubanos por resolver el problema, mucho más urgente, de garantizar la diaria comida de sus hijos, las dificultades que deben vencer las familias humildes para ofrecer un almuerzo decente al estudiante, o el hecho que muchos padres trabajan todo el día y no pueden acudir a la escuela en el horario de almuerzo. Por otra parte, aun con la inventiva popular, ninguna familia trabajadora está en condiciones de sostener el consumo de alimentos apropiado para sus hijos solo con su salario.
En general, existen quejas por las condiciones de alimentación en las escuelas. Lo que ofrece el Estado no satisface a los adolescentes, que deben permanecer encerrados en los centros docentes hasta ocho horas al día, con tan solo un escuálido tentempié en el estómago. El hambre afecta incluso el proceso de aprendizaje, situación que se refleja con más énfasis en los sectores populares, siempre mayoritarios.
Ciertamente, el hogar y la escuela se deben complementar; pero banalizar el asunto reduciéndolo a una supuesta capacidad de las instituciones para mantener la calidad del proceso docente educativo y una alimentación adecuada y gratuita para estudiantes, es ignorar las preocupaciones crecientes de la población y ocultar el problema esencial: el divorcio entre las instituciones oficiales y la realidad social. Sin duda, el almuerzo de las secundarias representa una carga más para la ya precaria economía doméstica.