LA HABANA, Cuba, octubre, 173.203.82.38 -¿Cómo puede dialogarse con un intelectual que sigue llamando “revolucionarios” a los seguidores de un régimen que comenzó con fanfarrias populistas, teorías evolucionistas (el hombre nuevo, el burgués trasmutado en proletario, la extinción del capitalismo por el desarrollo de una “especie” más perfecta: el socialismo), cruzadas “nacionalistas” –es decir, antinacionales–: económicas, ideológicas, y militares; y que ha terminado siendo los harapos y la sombra de un gobierno ultraconservador y reaccionario, cínico por oficio, y despótico por naturaleza? ¿Cómo puede dialogarse con un intelectual que sigue llamando “contrarrevolucionarios” a los que disienten, a los que dudan, a los que se abstienen, a los que emigran, a los que simpatizan con una ideología política diferente, a los que protestan, a los que buscan la verdad por sí mismos –descreyendo de las “buenas intenciones” de la autoridad política–, a los que cultivan su dignidad y sus derechos, y no se complacen en adorar a un líder?
¿Cómo puede dialogarse con un intelectual que toma como arquetipo de “patriotismo” a una casta militar, que ha instaurado sus privilegios por encima de todo, y de todos; y considera “patriótico” justificar doctrinas y medidas que repriman la voluntad del pueblo, dividan la unidad de la familia, y lejos de promover la armonía en la diversidad, y la igualdad de derechos, alienten los odios de unos cubanos contra otros? ¿Es patriótico golpear a las Damas de Blanco, o es que alguien se cree la encarnación divina del “espíritu nacional”, o el avatar de una diosa llamada Patria? ¿Es antipatriótico no ser comunista, y sobre todo, no ser fidelista? ¿Acaso la ideología comunista ha hermanado a los cubanos, o más bien los ha convertido en enemigos, y en simuladores?
Cuando alguien empieza a juzgar a los hombres, y a dividirlos en bandos irreconciliables y antagónicos –obviando incluso las identidades confesas, y lo reduce a su mínima expresión: la de ser un partidario, o un simpatizante– no sólo dudo de su capacidad intelectual, sino que la única respuesta que me deja es el silencio, y la huida. El mundo no se divide en los cubanos y los yanquis, cuyo fantasma se ve por todas partes, en “los patriotas” de la Isla y “los imperialistas” de las democracias occidentales. Y la sociedad cubana no está polarizada en “cubanos” y “anticubanos”, “revolucionarios” y “contrarrevolucionarios”, sino que el problema de fondo radica en la tensión entre el fanatismo y la crítica, la autoridad sagrada y la libertad, la idolatría y el juicio, la beligerancia de la uniformidad, y el recato de lo diverso, la desmesura y la mesura.
Uno puede dialogar con quien se cree un ignorante, un aprendiz de lo nuevo y de lo perfecto, un buscador de la verdad, pero no con quien piensa que su verdad es inamovible, e irrefutable. Cada día trato de alejar de mi ánimo la intención de “predicar a los convencidos”, como dijera Antonio Machado.
Por eso, no me interesa protagonizar extensos debates intelectuales a través de Internet, que generalmente terminan en ataques personales, y en arrogancias que recuerdan una escena de El gran dictador, cuando Charles Chaplin y Jack Oakie (interpretando a los dictadores Hinkel y Napaloni, respectivamente, que eran graciosas caricaturas de Hitler y Mussolini), comienzan a elevarse en sus sillones de barbería, para quedar un poco más alto que el otro.
Los intelectuales deben ser un modelo de civismo, y si son auténticos, poner a prueba sus criterios en la asamblea del diálogo; pues una idea enriquecida, balanceada y justa, puede salvar muchos años de penuria. Los errores se pagan con sufrimiento; y las ideas –tanto de un hombre como de un pueblo–, mientras más se alejan de la realidad, más profundo lo hieren.
Si los intelectuales no pueden reconocerse por encima de las diferencias ideológicas, si no soplan las cenizas de los odios que durante años han ardido en sus pechos, atizados por mentiras, medias verdades y fantasmas; si no despiertan primero a la verdad de que han sido –a pesar de su inteligencia– manipulados; si son oportunistas y no sinceros; si son sectarios, y no patriotas (pues ya la Patria, más que ser, está por toda la humanidad), entonces, ¿por dónde comenzará el diálogo respetuoso, la reconciliación, el reencuentro, y la sanación? Muchas familias esperan que alguien hable por ellos, y se restauren los puentes rotos. Muchas familias esperan.
Las deudas que no se paguen hoy, tendrán que ser pagadas mañana, a un costo mayor. Y creo que la justicia tarda, pero llega, y cada cual tendrá que enfrentar su pasado, y responder ante sus actos, más tarde o más temprano.
Artículo relacionado en La Isla Desconocida, un blog de Enrique Ubieta: Una carta de un hijo contrarrevolucionario a su madre revolucionaria