LA HABANA, Cuba, agosto, www.cubanet.org -El pasado 16 de agosto, el periódico Granma se hizo eco del reordenamiento de los Comités de Defensa de la Revolución (CDR). Entre los principales objetivos de este proceso, aparecen la formación y rescate de valores y actitudes cívicas. Increíble, pero cierto. Si los informes gubernamentales presentan, año tras año, resultados exitosos en la esfera de la Salud y Educación, las dos perlas de la vitrina socialista, cómo es que ahora se admiten esas carencias.
Llama la atención el contraste entre las rimbombantes alusiones de políticos, dirigentes ministeriales y comunicadores oficialistas, frente a los hechos que desde hace bastante tiempo acontecen en el plano social y cultural. Hallar soluciones en los términos que se idealizan dentro de los estropeados límites del triunfalismo, es una pretensión poco razonable.
La rutina, la apatía y el cinismo marcan el desenvolvimiento de los CDR. Posturas que se ha venido acrecentando desde la segunda mitad de los 80, y que alcanzan su clímax durante la década posterior, con la disolución del bloque socialista europeo y el fin de su colonial política de subsidios.
Ponerle fin a los micro-vertederos, al maltrato a la propiedad social, a los escándalos públicos, a la música alta y a las palabras obscenas, por solo citar algunos de los problemas más citados de la sociedad cubana actual, raya en el absurdo, al conocer que esos son patrones de comportamiento enraizados en la mente de varias generaciones. La generalización de esas conductas muestra lo difícil de erradicarlas, sobre todo en la capital, donde habitan más de dos millones de personas.
¿Qué pasó con el hombre competente y disciplinado que se formaría en las escuelas del socialismo real?
Una vez más se ratifica la incompetencia y el impudor de la clase política que nos puso los grilletes del Estado a la fuerza. Fijarse en las consecuencias y dejar a un lado las causas parece ser la norma a seguir frente a los problemas generados y reproducidos por el sistema.
Adecentar una sociedad embrutecida, por décadas de abusos institucionales y restricciones absurdas, es un reto que excede las capacidades de quienes callan sus culpas y vuelven a presentarse como salvadores. Está claro que más de allá de la chivatería, los CDR no están aptos para llevar a cabo ninguna tarea de manera responsable y exitosa.
Burócratas profesionales y aficionados han comenzado a hacer malabares con el discurso que seguramente le dictaron desde algunas de las oficinas del poder real. Su proyección se queda a medio camino entre el sainete y la farsa. Con solo leer o escuchar los propósitos de la nueva misión, basta para que se desdibuje en el imaginario de muchos cubanos la parafernalia de un circo de quinta categoría. Lamentable que en la nueva función haya, como de costumbre, demasiados tarugos y payasos.