LA HABANA, Cuba, mayo, 173.203.82.38 -Acaba de finalizar en el Hotel Riviera la 48 edición del torneo de ajedrez Capablanca in Memóriam. Fue un evento de amplia participación, con 238 jugadores divididos en cuatro grupos. Sin embargo, como ha venido sucediendo en casi todas las últimas ediciones, ninguna figura de renombre internacional tomó parte en la competencia. El llamado Grupo Élite, donde intervinieron los mejores ajedrecistas, fue ganado por el húngaro Zoltan Almasi, un jugador muy rezagado en el coeficiente ELO de clasificación internacional.
Los aficionados de más edad recuerdan con nostalgia aquellos primeros torneos Capablanca, en los años 60, en los que intervino la flor y nata del ajedrez mundial. Figuras de la talla del argentino Miguel Najdorf, los soviéticos Boris Spassky, Vasili Smyslov y Mijail Tal, así como el danés Bent Larsen se hicieron presentes en la capital cubana. Particular impacto causó, en 1965, la participación del astro norteamericano Robert Fischer en la IV edición. Al no poder viajar a Cuba, Fischer jugó vía telefónica desde el Manhattan Chess Club de New York. Además, un año después, nuestro país fue sede de un evento grandioso, que en su momento marcó un récord de participación: la XVII Olimpiada Mundial de Ajedrez.
Aquellos torneos iniciales no solo descollaban por la alta calidad de sus participantes, sino también por las facilidades que encontraban los aficionados que acudían a presenciar las partidas en el Salón de Embajadores del hotel Habana Libre. En el propio Salón había sillas para que el público observara cómodamente el desempeño de los jugadores. Y en un local contiguo, un grupo de especialistas operaba tableros murales que reproducían todas las partidas de la jornada. De esa forma, los amantes del juego ciencia podían analizar y comentar las jugadas que hacían sus ídolos. Claro, con la implantación del apartheid turístico, que durante muchos años les impidió a los cubanos la entrada en los hoteles, nunca más el moderno Habana Libre fue sede de estos certámenes.
El Hotel Riviera, en cambio, apenas tenía condiciones para la estancia de los aficionados. No había sillas, y por tanto era casi imposible permanecer de pie presenciando una partida que podía durar cinco horas. En el lobby funcionó una pantalla que reproducía algunas partidas de días anteriores, pero no las que se desarrollaban en ese momento. Y si salíamos del salón donde se jugaba el Grupo Élite, la situación era peor. Los restantes ajedrecistas se aglomeraban en otro local, cuyas mesas no mostraban ni el nombre de los jugadores.
Existen criterios en el sentido de que la no invitación a jugadores de primer nivel internacional, obedece al interés de los federativos por propiciar un mejor desempeño a los ajedrecistas cubanos. Mas tampoco podría descartarse la carencia de un presupuesto adecuado con que premiar a los ganadores, sobre todo si se tratara de súper estrellas.
Y por ironías de la vida, mientras esto sucedía en La Habana, las ciudades de París y San Petersburgo acogían el Memorial Alekhine, con la participación de luminarias como el campeón mundial Viswanathan Anand, el israelí Boris Gelfand, el armenio Levon Aronian y los rusos Vladimir Kramnik y Peter Svidler.
Alexander Alekhine, junto con el alemán Emanuel Lasker y nuestro José Raúl Capablanca fueron los tres mejores jugadores de la primera mitad de la pasada centuria. Capablanca obtuvo el título mundial de manos de Lasker en 1921, y después lo perdió contra Alekhine en 1927.
Si la memoria del ruso-francés Alekhine se homenajea con torneos de primer nivel, no es justo que con Capablanca suceda lo contrario. Las autoridades deportivas y políticas de la isla debían de sensibilizarse con semejante situación. Porque Capablanca no es cualquier cosa ni para los cubanos ni para el ajedrez mundial.