LA HABANA, Cuba, abril, 173.203.82.38 -Edelmis Olano Fernández, 30 años, de La Habana, invitó a un amigo, cubano residente en el exterior, a pasar un fin de semana en la playa de Varadero. Aprovecharon una oferta que brindaba el hotel Acqua Azul. Eran los únicos turistas nacionales hospedados en allí. Entonces ocurrió lo que no esperaban:
“Me encontré en la playa -cuenta Edelmis- con un amigo guatemalteco, ciudadano canadiense, que era con quien mejor me había relacionado porque hablaba español, inglés y francés. Él me sirvió de traductor con amigas rusas y francesas. Y en algún momento me dejó solo por unos minutos. En mala hora, porque era mi ángel protector. Un policía llegó hasta mí y me dijo: Tengo que detenerte. Estás hablando con un extranjero, eso es asedio al turista.
De inmediato, me agarró de la mano, tratando de apartarme de la vista de los demás turistas. Le expliqué que estaba hospedado en el mismo hotel que ese turista con quien conversaba, le mostré la manilla de huésped y también mi carnet de identidad. Le pedí ir a la administración del hotel a verificar, insistiendo en que eran más de las diez de la mañana y que a las doce salía el ómnibus de mi regreso a La Habana. Pero nada. No quiso entender. Llamó al auto patrullero”.
En la estación de policía, Edelmis fue interrogado. Y le levantaron un Acta de Advertencia acusándolo de Asedio al Turista, un grave delito: “Me negué a firmar el acta –puntualiza-, eran casi las doce, y como me vieron tan apurado, por temor a perder el transporte de regreso, un oficial trajo un documento y dijo: -Firma esto para que te puedas ir-. Ni leí aquel documento pero firmé. A lo mejor era una trampa, la misma Acta de Advertencia que ha llevado a muchos jóvenes a prisión. ¿Quién asedia a quién? Estuve detenido hasta las doce”.
Claro, el ómnibus partió para la Habana sin los dos pasajeros. Edelmis quedó sin dinero. El amigo pagó el taxi de regreso, cincuenta dólares derrochados. Ese amigo comprendía perfectamente el ultraje, porque absurdos semejantes lo empujaron a marcharse de Cuba. Mucho más difícil fue que lo comprendieran los extranjeros.
“Regresé a la playa a recoger mis pertenencias -–concluye Edelmis-; el guatemalteco y los demás estaban preocupados y se alegraron al verme. No entendían el motivo de la detención. ¿Por qué se discriminan entre ustedes mismos?, me preguntaban. Traté de explicarles, pero no entendían. Si el gobierno –insistían-, después de décadas, levantó la prohibición al cubano de alojarse en un hotel para turistas extranjeros, ¿por qué ahora los detiene cuando salen a la playa y conversan con nosotros, por qué los acusan de delitos absurdos?”.
“No supe cómo seguir. Pero tal vez algún lector tenga la respuesta”.