LA HABANA, Cuba, febrero, 173.203.82.38 -“¿Qué pasa con Cuba, cuándo se sublevarán?”, me pregunta una amiga de España que sigue con pasión los sucesos que sacuden a los regímenes antidemocráticos del norte de África. Le respondo que en nuestra isla pueden ocurrir estallidos, pero que el gobierno conserva la gobernabilidad pues aún la oposición es débil y la mayoría de la población dormita bajo el miedo, el adoctrinamiento y la indiferencia.
Según la amiga, millares de personas en el mundo “esperan el despertar de los cubanos”. Le advierto cuan riesgoso es vaticinar sublevaciones desde contextos diferentes, más insiste en posibles comparaciones y me pide “el cotejo de tiranos”. Me limito a “cotejar” al autócrata libio con su homólogo caribeño.
Es cierto, en menos de dos meses las revueltas pasaron de Túnez a Yemén, a Egipto y Libia. Algunos déspotas cogieron el avión. Está por ver qué hará el coronel libio Muamar Gadafi, en el poder desde 1969, quien culpó a las cadenas de televisión extranjeras que “trabajan para el diablo”, como si él fuera Dios. “Yo no me voy en esta situación. Moriré como un mártir”.
Como el caudillo libio no quiere seguir los pasos de Ben Alí y Mubarak, ordenó disuadir a los manifestantes con helicópteros y cazabombarderos, mientras contrataba a mercenarios y denigraba a “los perros que reparten droga, dinero y distorsionan la realidad”.
“No soy presidente, soy líder de la revolución” advertía el Gadafi, como si tal liderazgo lo convirtiera en monarca vitalicio y lo inmunizara contra los cambios exigidos por las multitudes que reclaman derechos y libertades en la antigua Fenicia.
El coronel Gadafi, como el comandante Castro en Cuba, justifica su permanencia en el poder culpando al imperialismo de todos los problemas de su país. Ambos se aliaron a la antigua Unión Soviética y sobrevivieron a su debacle. Llegan al extremo de designar a sus herederos: Fidel Castro nombró a su hermano Raúl a mediados del 2006; en tanto Gadafi escogió a su hijo Saif el Islam, quien ahora trata de calmar a los opositores.
Gadafi es tan excéntrico como su homólogo tropical, pero es pragmático y posee petróleo. El primero llegó al trono en 1959, fusiló a millares de personas, desestructuró la economía y la sociedad cubana, armó guerrillas en Latinoamérica e intervino en los conflictos militares de África. El segundo quiso convertirse en el látigo de Europa y los Estados Unidos, apertrechó a los movimientos guerrilleros que izaron el Corán contra Occidente y promovió el terrorismo antes que Bin Laden.
El déspota libio dinamitó discotecas en Berlín y derribó aviones en pleno vuelo. El sátrapa cubano cometió desmanes similares, apuesta por los regímenes totalitarios y promueve el éxodo masivo de la población. Ambos penalizan la discrepancia política y violan los derechos humanos de sus pueblos.
El levantamiento popular en Libia pretende sacudir al estado medieval restituido por Gadafi en 1969. Los opositores quieren fundar un estado moderno y democrático que promueva las libertades y derechos ciudadanos. Hasta ahora, Gadafi prefiere “quemar la tierra antes que ceder”. El forcejeo a muerte se libra en varias ciudades del país.
En Cuba, los Castro conservan la gobernabilidad, más el polvorín puede estallar en cualquier momento pues aumenta el desempleo, ascienden los precios de los productos básicos, son reprimidas las expresiones de libertad y se generaliza la desesperanza nacional. La mayoría dormita en la sobrevida y la indolencia, pero en esta isla el carrusel de la historia siempre fue empujado por una minoría audaz e ilustrada; esa minoría existe. Ojalá aproveche el momento.