GUANTÁNAMO, Cuba, agosto (173.203.82.38) – Luis Gonzalo Founier, Wichi, se consume lentamente en su casa del 4 oeste y el 2 norte, en Guantánamo, junto a su novela autobiográfica ¡Ping Pong fuera!
En la década del sesenta Wichi, como muchos jóvenes, subió cinco veces el pico Turquino, y fue escogido para integrar la primera Escuela de Instructores de Arte creada por la revolución, donde se graduó en Literatura.
A medida que fue conociendo a Malcom X, Cabrera Infante, Heberto Padilla, cambió su percepción del mundo circundante. Rebelión en la granja (Orwell), El maestro y Margarita (Bulgakóv) y Archipiélago Gulag (Solzhenitsyn) lo redimieron. Las tertulias de la casa de los mil colores, en la loma del Chivo, completaron su formación.
Luego quiso entrar en la base naval norteamericana de Guantánamo, cruzando la bahía, pero fue capturado por la guardia fronteriza y cumplió un año en la prisión de Chafarinas. Cuando salió de la cárcel pidió que lo reintegraran a su puesto de asesor literario de la Casa de la Cultura de Guantánamo. Lo aceptaron y fundó el taller literario Juan Francisco Manzano, donde se debatían las obras de escritores jóvenes, pero la mayor parte de su tiempo la dedicaba a ¡Ping Pong fuera!
En 1998 se acogió al Programa de Refugiados de Estados Unidos, y le fue concedida la visa para viajar como ex preso político. Vivió siete años en Nueva York, donde intentó en vano publicar su novela.
Para sobrevivir en New York recogió manzanas, fue basurero, y mozo de limpieza. Vivió en refugios y su novela creció en frustraciones y angustias. Viajó a Cuba y compró la casa del 4 oeste. La segunda vez que visitó la isla se quedó.
Lo encarcelaron en Seguridad del Estado para investigarlo. Durante los interrogatorios respondía lo mismo que contó después a sus amigos.
-Regresé porque allá no se puede escribir.
Wichi anda por Guantánamo con su novela bajo el brazo. Se sienta en el parque Martí por la mañana y la revisa, le añade o le quita alguna palabra, pide un cigarro a cualquiera que pasa, o a los que se sientan en los bancos a pasar el rato. A veces lee algún fragmento, siempre algún oyente lo invita a un refresco o a un pan con pasta de bocaditos.