LA HABANA, Cuba, enero, 173.203.82.38 -Podría ser un exceso de pesimismo, pero no me visualizo en los predios de la Universidad de Harvard, después del parcial desbloqueo de las leyes migratorias.
Mi viaje a realizarse entre septiembre del 2010 y junio de 2011 quedó en suspenso. La carta de invitación enviada desde el prestigioso centro de estudios por las vías correspondientes, jamás llegó a mis manos.
La orden de evitar darle curso a los procedimientos requeridos para este tipo de tramitación fue cumplida al pie de la letra. Sencillamente el documento en cuestión pudo tener dos destinos: el consulado de Cuba en Washington o la oficina refrigerada de algún jerarca del Ministerio del Interior.
El espacio para las ilusiones de viajar temporalmente sigue siendo estrecho. En las nuevas regulaciones aparecen preceptos que coartan la posibilidad de salir del país con boleto de regreso. Es previsible que un significativo número de autorizaciones vayan acompañadas de condicionamientos.
Es decir que opositores o integrantes de la sociedad civil, quizás no todos, deberán enfrentar este dilema. Todo estará a expensas de las decisiones más provechosas para quienes gobiernan el país con poder absoluto sobre sus habitantes.
No faltan coterráneos que sobrevaloran los beneficios de unos estatutos expedidos a partir de la emergencia y no desde una perspectiva de cambios hacia una plena democratización. La ignorancia y el desespero por emanciparse de los yugos que el régimen factura y reacomoda a su gusto, tienden a crear espejismos.
Hay que observar cada detalle del proceso que recién comienza y cerciorarse de sus verdaderos fines.
Como mismo ha sucedido con otras “aperturas” a medida que han entrado en vigor, las optimistas expectativas de muchos respecto al tema migratoria podrían también desmoronarse.
Las modificaciones en sectores como la agricultura y el trabajo por cuenta propia, con vistas a potenciar la producción y elevar el nivel vida, no han arrojado resultados alentadores.
Al tratar de arreglar partes del problema, en vez de centrarse en una visión globalizada, racional y objetiva de los hechos, el gobierno malgasta el tiempo en enmiendas que funcionan como artificios, como parches para disimular los efectos de la decadencia.
La esencia dictatorial del sistema no es algo del pasado. Es un aspecto que se revela en infinidad de procedimientos y el uso de un lenguaje que desestiman la pluralidad de ideas, la vigencia de la propiedad privada y la admisión de otros partidos políticos.
Las transformaciones autorizadas por Raúl Castro desde que asumió las riendas del poder, son muy pocas y carecen del aval necesario para considerarlas fruto de la voluntad y la convicción de que el socialismo, tal y como fue concebido en Cuba, es inviable.
Todos los cambios que se emprendan, estarán acompañados de sus respectivas limitaciones.
La celebrada ley migratoria que elimina la carta de invitación como requisito para viajar, no es lo que parece. Todavía faltan piedras que mover en el camino hacia una apertura genuina.
Mientras las autoridades no demuestren lo contrario. Hay que mantener en alto el estandarte de la duda. Las apariencias engañan.
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