LA HABANA, Cuba. -Hace unos días, mientras compartíamos el ambiente de un taxi colectivo habanero de antigua fabricación, un ocasional compañero de viaje, al escucharme terciar con varios análisis en el debate sobre la actualidad nacional que con frecuencia se produce en los llamados almendrones, me preguntó en diferentes momentos sobre lo que el llamó dos situaciones absurdas recientemente ocurridas.
Según el señor, de mediana edad y acento del Oriente del país, parecía increíble que a lo que queda de La Habana la hubiesen declarado una de las siete ciudades maravilla del mundo, al tiempo que incrédulo y altisonante se preguntaba qué parámetros o requisitos se tenían en cuenta para tal selección. Sin dejar de gesticular en el angosto espacio del vehículo, el pasajero comentó “¿Cómo se les ocurre a estos locos llevar a los presidentes de la Comunidad del Caribe (CARICOM) de visita nada menos que al zoológico?”
El comentario más socorrido sobre el impensable galardón es que los integrantes de la Seven Wonder Fundation no tienen que afrontar la dura cotidianidad de nuestra “maravillosa” urbe. Según trascendió una de las motivaciones fundamentales de la selección es la manera en que se expresa o manifiesta la diversidad en la ciudad. Cabe preguntarse qué visión de la diversidad genera una ciudad donde los opositores y los jóvenes afrodescendientes son permanente objeto de arbitraria represión, o donde pacíficas defensoras de los más elementales derechos son víctimas de permanente violencia y maltratos físicos.
Solo pude decirle a mi interlocutor que algo sí es innegable: esta es la única capital del planeta donde todos los edificios están en visible estado de deterioro, donde los inmuebles se desmoronan a nuestro paso y los infortunados sobrevivientes siguen viviendo en el lugar a la intemperie, donde todas las calles están en deplorable estado y donde todos los automóviles son viejos. Se puede recorrer varias veces el globo terráqueo sin la mínima posibilidad de encontrar tanta “maravilla” junta.
Estoy seguro que los ilustres maravillados con La Habana ni siquiera imaginan cuantos habitantes de nuestra maltrecha capital llevan décadas arreando cada día enormes recipientes de agua a causa de la sempiterna falta de acceso directo al preciado líquido, cuántos niños nacidos en la ciudad están privados de las cuotas racionadas de alimentos por ser considerados ilegales como habitantes de las decenas de villas miserias que “adornan” la maravilla.
Parece realmente una broma macabra y demuestra lamentable desprecio por los seres humanos declarar ciudad maravilla al rincón del mundo con el peor sistema de transporte, donde la indigencia y la mendicidad crecen sin remedio, donde en las noches cualquier espacio puede convertirse en baño público por la casi total inexistencia de esos imprescindibles servicios y donde el panorama social y moral se ensombrece con la extensión de la prostitución infantil de ambos sexos.
Le dije a mi ocasional interlocutor que es mejor ni acordarse de semejante premio, es mejor pensar que un día La Habana va a volver a ser la ciudad maravillosa que una vez fue, pensar que será también moderna, funcional, segura y socialmente equilibrada. Es preferible soñar con una Habana futura de la que todos podamos orgullecernos por los nuevos rascacielos y antiguos monumentos, pero sobre todo porque la dignidad e integridad de todos los seres humanos, sin distinción sea el valor más respetado y protegido.
Sin embargo cuando el Palmero, como el mismo se hace llamar, no salía de su asombro era mientras yo le recordaba que durante muchos años las islas del Caribe fueron exportadores de mano de obra muy barata para la otrora solvente industria azucarera de la Isla, pero mientras el alto liderazgo de La Habana se convertía en pieza del rejuego geopolítico de la guerra fría dándose aires de potencia global, por cierto sin hacer el menor caso a sus vecinos de las Antillas menores y sumiendo a nuestro país en la miseria y el retraso, estos pequeñas naciones se colocaron en los primeros lugares del Índice mundial de Desarrollo Humano y son modelos de desarrollo sostenible y equilibrio social.
Esta realidad se la ponía difícil a los encargados del protocolo oficial en la pasada Cumbre Cuba-CARICOM. Si los altos dignatarios caribeños fueran conducidos a visitar el hospital Hermanos Amejeiras, las condiciones hospitalarias de la más presentable instalación médica de la Isla y las agobiantes aglomeraciones de pacientes harían temblar de pavor a los visitantes. Si acaso visitaran las escuelas emblemáticas, a saber el Instituto Preuniversitario de Ciencias Exactas Vladimir I. Lenin o la Universidad de Ciencias Informáticas UCI, los invitados de ocasión no podrían menos que preguntar dónde están los afrodescendientes, siempre en visible minoría en estos centros educacionales de supuesta excelencia.
Si la presumible visita fuera a la muy publicitada Zona de desarrollo del Mariel, los ocasionales visitantes se percatarían que nadie se ha dejado conquistar por los desesperados cantos de sirenas de los gobernantes cubanos, quienes van por el mundo ofreciendo a los posibles inversionistas foráneos todo género de facilidades y privilegios aunque cada día es más difícil encontrar quien se deje engañar y estafar.
Definitivamente la mejor solución fue montar a los presidentes y primeros ministros en cómodos buses para deleitarse con la belleza y vida placentera que llevan los animalitos en el Zoológico nacional y de paso sacar la lógica y útil conclusión de que si los animales viven así, entonces las personas disfrutan de una existencia espectacular.
No pudieron menos que reírse mis compañeros de viaje cuando comenté la suerte de que la Cumbre Cuba-CARICOM se celebrara poco tiempo después que se instalaran en el Zoológico los animales donados por Namibia, si la visita fuera dentro de un año bien podrían encontrarse al hoy majestuoso león con evidente menos peso corporal, la melena un tanto desgreñada, descansando bajo un árbol después de una larga jornada de trabajo voluntario en saludo a alguna heroica fecha histórica y dispuesto a degustar un suculento racimo de plátano burro, único alimento disponible por culpa del “criminal bloqueo imperialista”.
Al abandonar el vehículo en el céntrico Parque de la Fraternidad el Palmero, moviendo la cabeza y alejándose de su natural y persistente tono jocoso, afirmó: “la mentira y el absurdo son el pan nuestro de cada puñetero día, si no fuera tan triste habría que reírse” y se perdió entre la ola de transeúntes que se movían hacia las inmediaciones del Capitolio Nacional que después de su interminable reparación será sede del Parlamento fantasma de esta Isla surrealista.
Mmontesinos3788@gmail.com