LA HABANA, Cuba -Dice un viejo hablantín de mi barrio que con el restablecimiento de relaciones entre Estados Unidos y el régimen cubano, a nosotros nos ha ocurrido lo mismo que con esos buenos sueños que no se pueden contar antes de las doce del día, porque si se habla de ellos, no se dan. Lo cierto es que luego de desbandarse en entusiastas comentarios, nuestra gente ha parado de hablar sobre el asunto, vuelve a dejarlo a un lado, demostrando saber o intuir por lo menos que mientras no salgamos del lastre que tenemos adentro, cualquier buena nueva que nos venga de afuera no será más que esperanza echada en saco roto.
Muchos observadores del exterior, no obstante, continúan abogando por el optimismo, que no por gusto es ya tradicional que los cubanólogos no vean las cosas como las ven los cubanos. Luego de reconocer que -dado que el embargo y sus causas se mantienen intactos- resulta poco probable que la Isla sea hoy atractiva para las inversiones en tanto mercado de destino, alegan que sí puede serlo, y mucho, como base para la producción y exportación, no sólo por estar ubicada tan cerca de Estados Unidos, también por disponer de ciertas garantías especiales, entre las que sobresalen, desde luego, la “estabilidad” social y la mano de obra muy barata, sin derecho a huelga ni a sindicatos auténticos, y sin una sociedad civil con voz y voto para reivindicar tales derechos.
Son afirmaciones cínicas, pero no por ello dejan de tener su peso como argumento de interés económico. En teoría quiero decir. No en balde es justo en el plano teórico donde suelen no coincidir los cubanólogos con los cubanos de a pie.
Pues si bien resultan innegables las perspectivas que puede ofrecer la Isla como satélite industrial, produciendo para Estados Unidos, que es el mayor y más rico mercado del mundo (si obviamos a China que está demasiado lejos), los sustentadores del argumento parecen haber olvidado ahondar en cierto aspecto básico de lo que ellos consideran una mina virgen de Cuba: la mano de obra.
Esos invasores de nuevo tipo que vienen a convertir a nuestro país en un satélite industrial, ¿sabrán que sus empresas y en general sus negocios van a estar atendidos por trabajadores y funcionarios que en la misma medida en que son víctimas impotentes ante el régimen, son también verdugos de sus jefes y dueños, robándoles todo cuanto les caiga a mano, esforzándose lo mínimo por hacer bien las cosas, ocultando bajo su aparente disciplina y sumisión una actitud completamente ajena, indolente y aun contraria a la que se espera de ellos?
¿Desconocerán que a fuerza de haber padecido durante varias generaciones la conculcación de sus derechos como consumidores, la gran mayoría de los cubanos ignora raigalmente sus deberes como productores de bienes de consumo?
Pueden responderme con lo que siempre se ha dicho: que tan pronto sean retribuidos económicamente como corresponde, a la vez que se les exija trabajar con rigor, esos empleados y funcionarios se adaptarán con facilidad a las nuevas reglas. Habría que verlo, puesto que los vicios de la vagancia y el irrespeto a lo ajeno, circulan ya en su flujo sanguíneo, son parte de su idiosincrasia. Sin contar que mientras manden aquí los caciques y generales, será prohibido por la ley que los cubanos de a pie ganen lo que merecen por su trabajo.
¿Desconocerán los adelantados del presunto satélite industrial que el proyecto brasileño del Mariel es ahora mismo el mayor proveedor del mercado negro en La Habana y que no hay otro sitio en toda la Isla donde el robo y la malversación alcancen proporciones tan desquiciantes ni tan dañinas para el avance?
¿Habrán entendido que cuando el general presidente Raúl Castro dijo que en Cuba se van a mantener incólumes los principios del socialismo, estaba advirtiendo que no está dispuesto a permitirles que vengan aquí a propiciar la recuperación de la cultura del trabajo y el respeto al derecho a la propiedad privada?
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