Foto-galería de Ernesto Santana
LA HABANA, Cuba.- Los contenedores de basura parecen muchas veces objetos extraños, absurdos, sin una utilidad lógica, usados con propósitos sorprendentes y hasta misteriosos. Para escribir, por ejemplo. Como si de un subgénero del arte urbano se tratara.
Como la gente en este país se va acostumbrando al caos y a la suciedad, no es raro que muchas veces se bote la basura en el suelo, junto al contenedor, a pesar de que, para colmo, ¡esté vacío! Quizás el camión pasó y recogió solo la basura del contenedor y dejó la otra de afuera. Quién sabe.
Uno se acostumbra al caos, sí, y al misterio también. Hay zonas donde el acopio de basura tiene un horario bastante regular y uno piensa: Claro, la higiene. Pero no debe ser por eso, porque en ese mismo barrio puede haber fétidos derrames de aguas negras, de acera a acera, que con el tiempo llegan a convertirse en un elemento pintoresco del paisaje citadino.
Por dondequiera podemos encontrar cómo la superficie de las cuatro caras de los contenedores resulta una tentación irresistible para grafiteros de todo tipo, al extremo de que a veces es como si alguien hubiera anotado algo que no podía esperar: un SOS.
Con frecuencia son firmas misteriosas iguales a las que se pueden encontrar en un muro cualquiera, en el más genuino estilo del grafiti artístico, pero también podemos hallar una estrella de David, grabada allí quién sabe por cuál motivo recóndito o banal.
Misterioso también es el letrero en inglés que nos avisa: People shit. No asombra tanto que “Mierda del pueblo” esté correctamente escrito en inglés como el significado mismo. ¿Ese escribidor de basurero grabaría sobre un contenedor de Siboney o de ciertas zonas de Miramar las mismas palabras? Porque no es lo mismo La basura del Cerro que La basura del Laguito. Hay basura y BASURA, y eso se sabe sin ver la basura misma, sino mirando a las casas de donde salen esos desechos.
Oficio de buzo
Hay basura, a veces, que, más que cosas rotas, viejas o podridas, más que objetos inútiles y papeles amarillos, está compuesta de sueños destrozados, de ilusiones evaporadas, de larguísimos desencantos, de esperanzas muertas.
Un refrán afrocubano asegura que “en la basura a veces se encuentra la felicidad”. No hay que dudarlo, pero ese es otro gran misterio: ¿Qué cosa útil puede encontrar alguien en un tacho de basura? ¡Y en Cuba!
Recordemos, sin embargo, que el oficio de “buzo” tuvo su mayor esplendor en los años 90, durante lo más negro del abismo del período especial, cuando no había nada más que carencia. Misterio supremo, si los hay. De modo que siempre habrá alguien que tiene menos que nosotros y que se alimenta de la cáscara que uno bota.
Misterio es también el de un contenedor en el cementerio. Irónico, pues a ese lugar van a parar los desechados precisamente, los que ya no tienen nada que botar. Como si de mística se tratara, hay un número en el recipiente, el 69, una especie de Yin y Yang, como indicando que lo de abajo es como lo de arriba.
Simpático resulta que, en la cara de un contenedor, misteriosamente, alguien haya escrito La Mafia y que, casualmente -¡ah, esas casualidades tan elocuentes!- en la otra acera haya un muro con el letrero Viva Fidel. Pudiera formarse un tercer letrero: Viva la Mafia.
El gobierno cubano, que tanta propaganda delirante pintorretea por toda la ciudad, pudiera en cualquier momento escribir sobre el enorme contenedor de basura en que ha convertido todo el país: Somos felices aquí.
Algún día, cuando por fin este largo y tortuoso episodio de la historia de Cuba termine, los bandidos en fuga dejarán tras ellos basurales enormes, casi infranqueables, en las calles, en los campos, en las costas, pero, sobre todo, en la parte invisible de la sociedad que sobreviva a la catástrofe, en lo que no se ve porque yace dentro de nosotros.
Piénsese nada más en ese arte que desde la niñez nos han enseñado a cultivar cuidadosamente: el de basurear (insultar, tratar muy mal) a quien no piense como uno. Insultar a quien nos han dicho que es gusano, escoria, mercenario, que no merece respirar el aire que respiramos.
Por el momento, mirando todos esos signos misteriosos, uno se pregunta qué querrán decir en total. Pudiéramos suponer entonces que balbucean una imagen espantosa: la secuencia en retroceso en la que veríamos todos esos contenedores vomitando, como una caja de Pandora, toda la basura que le hemos echado. Tal vez entonces conoceríamos la verdad.