LA HABANA, Cuba. -En La Habana el calor sofocante, la apatía de los empleados estatales y los olores nauseabundos en calles y locales cerrados conforman el paquete de mortificaciones a soportar por la mayoría de sus habitantes.
Ese es el sentir de María Elena, una estomatóloga que desea ver un cambio en Cuba antes de su edad de jubilación. Tiene 43 años. El motivo para subrayar su rechazo al socialismo que Raúl Castro actualiza con la calma de un perezoso, fue lo que le ocurrió el viernes último en la tienda La Sortija, ubicada en municipio Habana Vieja.
Su intención de comprar un desodorante marca Obao, resultó inútil. Al entrar en el establecimiento comercial, le llamó la atención la falta de público en la parte donde se venden productos de aseo personal y perfumería. Pensó en la fortuna de ser el primer cliente que llegaba al mostrador.
Sin embargo, de una de las tenderas recibió el lacónico mensaje de: “No estamos vendiendo. La caja (registradora) está bloqueada”. La otra se limitó a un gesto de desgano, acompañado por una media sonrisa, no se sabe si de compasión hacia ella o de alegría por la dicha de pasarse, toda o una parte de la jornada laboral, mirando las musarañas.
El hecho revela un fenómeno que es habitual en los centros administrados por el Estado donde se brinda algún tipo de servicio a la población.
Ni a las respectivas gerencias, y mucho menos a la empleomanía, les importa un bledo ampliar el volumen de ventas, así como el cumplimiento de otros parámetros con la finalidad de elevar los índices de eficiencia.
En Cuba todo eso es normal, además de constituir un incentivo para las corruptelas y la entronización de la irresponsabilidad. Por otro parte, el fenómeno explica la deformación en la sociedad en su conjunto, donde el trabajo carece de valor al igual que la obligatoriedad de complacer al usuario.
Por suerte estos contratiempos están en vías de desaparecer con el capitalismo que a hurtadillas se introduce en la Isla, con los disfraces correspondientes.
¿Cuántas de esas tenderas quedarán desempleadas por su ineptitud o debido a estar ocupando una plaza innecesaria? ¿Cuántos gerentes, que lo único que desempeñan a cabalidad es la manipulación de las estadísticas y el robo en casi todas sus versiones, podrían conservar sus puestos?
A María Elena le resulta chocante que las dos empleadas que le agriaron el día con la absurda notificación, puedan ganar un salario muy superior al que ella recibe por atender a decenas de pacientes durante la semana. Esa es una de sus motivaciones para querer irse del país desde hace tiempo, pero no ha encontrado una vía segura.
A causa del excesivo calor, la humedad y el estrés, tiene una enfermedad crónica en la piel y a pocos metros de donde vive hay dos tuberías de aguas albañales rotas hace más de un mes. Me asegura que ha notificado las averías en balde. Ahí siguen “perfumando” el vecindario.
Antes de marcharse me comunica que volverá a La Sortija por el desodorante a ver si quedan. “A lo mejor se los llevaron los revendores”, señala. Con una pregunta refuerza sus dudas en relación a este imprescindible artículo: “¿Y no estarán alterados o vencidos? No sería la primera vez ni la última que esto sucede.”