LA HABANA, Cuba. – Son muchos los amigos de Fidel Castro. También son muchos los que han querido verlo bien de cerca para pintarlo o escribir sobre él, como si se tratara de un raro espécimen caído de un planeta desconocido y no de un simple y vulgar dictador más del siglo XX. Entre Saddam Hussein, Gadafi, Maradona, García Márquez, Ramonet y cuanto pichón de dictador y viejo lobo de mar corrupto ha llegado a su vida, se encuentra el pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín -1919-1999.
Entre sus grandes méritos, como hombre y artista, está el haber reflejado en su obra a toda una sociedad indígena oprimida. Abrazaba, según los críticos, la bandera de la paz y la no violencia en la urgente necesidad de encontrar un mundo mejor.
Pero la verdadera personalidad de este hombre se ha descubierto a través de un libro que escribió Luce Deperón (París, 1928- Quito 2013), su segunda esposa, titulado Una luz sin sombras.
Entre 1952 y 1964 fue la segunda esposa de Guayasamín. Se conocieron en París, allí se hicieron amantes y tuvieron tres hijas. Antes de morir, Luce Deperón quiso dejar escrito los dolorosos recuerdos de la unión enfermiza que mantuvo durante trece años con el pintor. Muy lejos ya de la tormenta amorosa que la llevó a vivir con un alcohólico violento y cruel, confiesa con toda sinceridad: “el monstruo de maldad” que llevaba dentro su esposo.
Ella misma narra que, si estuvo tantos años con él, fue porque en su niñez también sufrió en silencio los malos tratos de su padre, quien la enseñó a no rebelarse ante la autoridad.
“Las humillaciones –escribe- se convirtieron en una constante con Oswaldo a partir de la primera noche que estuvimos juntos y me espetó, al verme desnuda, que yo parecía una puta”.
En su libro, Luce Deperón recuerda la rabia que expresaba su rostro cuando la golpeaba y cómo lo embriagaba el placer y el poder cuando pintaba el dolor humano.
“Me golpeaba hasta en presencia de amigos –escribió-, me humillaba y en varias ocasiones intentó matarme”.
Cuando descubrí este libro desgarrador, pude entonces comprobar por qué sus pinturas se inspiraron en la tragedia del hombre de nuestro tiempo. De esa forma demostraba su propia tragedia, su extraña carga de emociones, reflejadas en sus cuadros, capaz de motivar sentimientos polémicos en los espectadores de sus obras, según los críticos.
“Trato de evocar algún momento agradable con Oswaldo, pero mi memoria está teñida de recuerdos amargos”, dice la autora en Una luz sin sombras.
Una vez yo lo vi a muy poca distancia, en una exposición de sus pinturas en la Habana Vieja, y mi olfato de mujer lo rechazó.
Descubrí su mirada de ave de rapiña y cómo sus pinturas me sugerían que en ellas había un hombre seco, violento, desesperado, en duelo con la vida. ¿Dónde estaba el optimismo, el amor? Abandoné la sala en señal de protesta, en busca de oxígeno, una de las cosas bellas de este mundo.
Hace apenas unos días me detuve en unas palabras dichas por Guayasamín, publicadas en el periódico Juventud Rebelde, donde lo consideran como un ferviente defensor de los Derechos Humanos y volvió a mi mente aquella mirada suya, allá por los años noventa del siglo pasado: ¨Soy un fidelista… Mi pintura es para herir, para arañar, para golpear en el corazón de la gente. ¨
Así confesó el monstruo que llevaba dentro de sí el mayor exponente de la pintura ecuatoriana: Guayasamín fue un hombre perverso, de malos instintos. Por eso pintó a toreros, a terroristas y narcotraficantes como Fidel Castaño Gil, a dictadores como Fidel y Raúl Castro.
Fuentes consultadas:
Ecured
Una luz sin sombras, Luce Deperón, Ediciones Circe, Ecuador.