LA HABANA, Cuba. -Ser mujer en Cuba es un eterno combate. Hay pocas alternativas, ser “ama de casa”, trabajar para el sistema o prostituirse. El primer desafío es no perder la cabeza en medio de tanta miseria, hambre y escasez. El segundo, sostener la dignidad entre tanto fracaso y corrupción.
Caminando por las calles de Marianao en La Habana, nos encontramos con Agniolis Camacho, quien accedió a comentarnos sobre el tema: “Yo vivo en Cuba por que no me queda otro remedio. Lo que me salva es mi afán de superación académica para poder sobrevivir al diario. No se puede contar con los hombres (maridos), ellos van y vienen. Nadie garantiza un proyecto de vida, así que hay que resistir en la soledad.”
Maydel Planas se graduó y ejerció como doctora. Pero no pudo continuar: “Estoy desempleada. A los doctores nos subieron el salario mínimo. Pero entre las guardias y los turnos especiales no me alcanzaba el tiempo para atender a mi familia. Tuve que renunciar, ahora estoy buscando un empleo en el sector en los pequeños negocios privados de la ciudad.”
Otra entrevistada, Dolores de Caridad (Lolita), quiso contarnos: “Ya yo le entregué toda mi sabiduría y conocimiento al gobierno cubano cuando fui arquitecta. ¿Y qué tengo? Absolutamente nada. Fue muy difícil sostener una familia, yo sola, con dos hijos “vampiros” y endeudados.”
Las hermanas Prado Rosales, llegadas a la capital desde el oriente del país, tienen su historia: “Nuestros hermanos nos trajeron para La Habana hace 20 años. Hemos aprendido a vivir gracias a una ‘prenda’ (talismán mágico), la Ndoki Viramundo, buena para buscar tesoros escondidos. Así y todo, la casa se nos cae encima. ¡Gracias al espiritismo mal vivimos, pero qué se le va hacer!”
En el barrio capitalino de Buenavista me encontré con Josefa García y Mireya Bermúdez: “Nosotras hacemos lo que sea por la ‘izquierda’. Ganamos el sustento diario gracias a trabajos temporales: cuidar viejos, lavar ropa, recoger mandados. Nada es estable en nuestras vidas, somos auténticas malabaristas para llevar un plato de comida a nuestras mesas.”
Están aquellas que prefieren ganarse el dinero con sus talentos. No depender de alguien que te dicte cómo se tienen que hacer las cosas. Esta decisión incluye arriesgarse a no gozar de una pareja estable. Exige una gran dosis de soledad y complicaciones.
Camila Lozano es artista de la plástica: “Sé que lograré realizar mis sueños, largarme de este país con mis obra performática. Me llevará a otros países. Podré sentirme realizada. Aunque es en este caldero de país donde están los conflictos del día a día, que inspiran mis obras.”
En el reparto habanero de Fontanar, viven Melissa Arenal y Adriana Sandoval, adolescentes “quinceañeras”: “Gracias a Dios que nuestros padres luchan para que no nos prostituyamos y acabemos nuestros estudios de bachillerato. Solo estudiando en la Universidad, llegaremos a ser profesionales y estaremos en el buen camino, que es hacer el bien por este país. La verdad, no quisiéramos nunca llegar a prostituirnos.”
Noche de “fiesta house”. Pudimos interpelar a 3 chicas que prefirieron mantenerse en el anonimato: “Somos las vampiras de las cervezas. Eso, que los chicos nos paguen de todo. Lo nuestro es hacer el menor esfuerzo posible. Nuestros padres nos ayudan en todo. Somos jóvenes y todavía esperamos la lotería: ganarnos un Yuma (extranjero) que nos saque de aquí.”
Nuestras últimas entrevistadas fueron tres mujeres rusas, residentes en Cuba: “Vivir aquí ha sido una delicia. Alguna vez fuimos ‘reinas’. Ahora, vivimos de la nostalgia y de la pensión mínima del gobierno ruso (200 dólares al mes). Vendemos nuestros derechos de Internet (60 dólares x mes) a cubanos que pueden pagarlo, pero que no tienen permitido adquirir ese servicio. También vivimos mejor, gracias a que nuestros hijos emigraron a terceros países y nos envían remesas.”