La Habana, Cuba.– La necesidad de sobrevivir en medio de una economía que cada vez demanda más ingresos diarios, obliga a los escultores a comercializar sus obras a precios inferiores a su valor real. Por otra parte, en las galerías de expo-venta, donde algunos pueden exponer sus trabajos y vender de forma legal, los especialistas encargados de negociar con los compradores extranjeros presionan al artista –mediante trabas burocráticas y otros trucos deshonestos-, para que éste acepte ventas clandestinas donde el mediador recibe comisiones abusivas, mientras el artista se va con el mínimo.
Carlos Reycel, un joven de 36 años, graduado de la escuela San Alejandro, ubicada en Avenida 31 y calle 100, en Marianao, La Habana, explica que “yo decidí comercializar mis tallas en madera de forma independiente, tratando directamente con los compradores extranjeros; porque mira, las galerías de expo-venta, cuando venden tu pieza, reciben el 40% por ciento de la venta, lo que yo considero abusivo, y si tienes la suerte que el comprador pague en efectivo –lo que ocurre pocas veces- entonces te pagan tu parte enseguida, pero si el comprador decide pagar con tarjeta de crédito, entonces tu pago puede demorar hasta 6 meses”.
Según Reycel, otra forma de venta muy común es la que se hace a través de un acuerdo con las vendedoras (que casi siempre son mujeres). Nos cuenta el artista plástico que “cuando se presenta un comprador extranjero, la vendedora llama por teléfono al escultor para que este retire su pieza, de manera que la galería quede fuera de la venta; de ese modo, el negocio se realiza entre el comprador y el escultor que, por supuesto, tiene que abonar a la intermediaria una comisión del 25% por ciento”.
Alejandro Buenaventura Díaz, otro escultor de 62 años, considera que el gusto por las obras con valor artístico se ha degradado mucho con el comercio de tallas en madera de baja calidad, realizadas por artesanos sin ningún talento ni preparación profesional, que ha llevado el arte escultórico al nivel de un producto de suvenir.
“Por una parte, están los turistas que nos visitan -que no son muy exigentes en cuestiones de arte-, por la otra, están los nuevos ricos del cuentapropismo, que con tal de presumir de su economía, compran cualquier cosa. Ese fenómeno ha disparado el consumo de tanto arte de feria; y nosotros, que buscamos valores más elevados a través de la expresión artística, nos vemos forzados a ceder ante las condiciones injustas de las galerías, porque son los únicos lugares donde, además de poder comercializar nuestras obras, tenemos la posibilidad de encontrar patrocinadores”.
Pero, el acceso a las galerías de expo-venta no resulta tan fácil. Según el testimonio de muchos entrevistados, “para tener derecho a exponer en esas galerías, el escultor tiene que pertenecer a la ACAA (Asociación Cubana de Artesanos Artistas). No importa lo bueno que seas; si no estás asociado, estás fuera. Con todos los peligros que eso entraña; ya sabes: El acoso de los inspectores, las multas, el decomiso de tus obras, etc”.
Sin embargo, algunos escultores, como Juan Luis Porraspita García, de 58 años, opinan que pertenecer a la ACAA aporta beneficios a largo plazo. Asegura Porraspita García, quien pertenece a la ACAA desde el año 2003, que esta institución “le permite al asociado la posibilidad de acumular un retiro, en la medida que el artesano contribuya con el aporte a la seguridad social”.
“Creo que la ACAA –continuó diciendo- ha permitido al artista-artesano alcanzar un reconocimiento social. Es cierto que no siempre las cosas funcionan todo lo bien que quisiéramos, pero no todo es blanco y negro. Hay matices. Antes de la creación de la ACAA muchos escultores y artesanos éramos parias laborales. Hoy, a través de esa asociación, nuestro oficio a alcanzado carta de ciudadanía”.
Juan Luis Porraspita, quien ha participado en cinco bienales de talla y recibido varios premios y menciones, reconoce que la corrupción tiene los brazos largos y que muchos funcionarios son deshonestos y abusan de sus cargos, pero “lo más triste de esta historia -en la que hemos participado todos- es que este desastre económico que está afectando a la mayoría de los cubanos, y que parece no acabar nunca, sumado a la profunda crisis de valores que venimos padeciendo desde hace décadas, hace que víctimas y victimarios vivamos intercambiando roles constantemente, y que la palabra culpable haya perdido el singular”, concluyó.