LA HABANA, Cuba. -Un hombre camina tambaleándose por una calle de Jaimanitas, se detiene, oscila sobre su eje, da unos pasos, abre los brazos buscando donde asirse pero nada encuentra. Le cuesta trabajo mantenerse en pie, zigzaguea unos metros hasta que divisa un muro. Se apoya con la espalda y se desliza hasta quedar sentado en el suelo.
Está borracho.
Lo he filmado todo con el teléfono y me parece útil el material en vivo: un hombre ebrio, en una calle de Cuba. Pero es muy triste: es un hombre enfermo, como muchos a lo largo de la isla. “Hombres enfermos”, corroídos sus cuerpos por el alcohol, que apenas se alimentan. Trabajan en cualquier cosa, botando basura, limpiando patios, para agenciarse la botella, muriendo a la vista de todos, sin que nadie haga algo por ellos.
Le tomo una foto y el flash lo alerta. Me mira bajo la visera de una vieja gorra de custodio y abre la boca para decir algo, pero no lo consigue. Solo logra mostrar tres dientes amarillos en una encía vacía, musita incoherencias, la bruma en que se ha convertido su vida lo envuelve y lo llena de pesadumbre. Me acerco, le digo que es un hombre enfermo, que necesita ayuda, y esa frase lo despierta como un rayo de luz. Me dice con lenguaje atropellado que sí, eso mismo se ha preguntado miles de veces, que eso mismo le ha preguntado al Delegado, al Jefe de Sector de la Policía, al presidente del CDR… pero nunca le han ayudado.
Parece dormirse después de este esfuerzo de coherencia, pero rápido vuelve a despertar y se pone a la expectativa, con cara de malo me pregunta si soy periodista, si eso que tengo en la mano es una cámara, aunque quiere mostrase feroz sólo consigue dar más lástima, desiste de intimidarme, atolondrado como está con otros pensamientos y vuelve a dormirse. Prosigo mi marcha por la calle, más adelante veo a otro que se desplaza con muletas, viste una vieja chaqueta militar de camuflaje, tal vez regalada por un antiguo oficial a cambio que le limpiara el jardín. Aunque está sumamente borracho, mantiene solemnidad, ayudado por las muletas.
Lleva un pozuelo en una jaba, por si alguien en el camino se compadece y lo “salva” con algo de comer. En el bolsillo muestra el imprescindible pomo plástico para el alcohol. En la esquina hay otro en el piso, también con una camisa militar de campaña, está descalzo, con las piernas estiradas hacia la calle. Levanta la vista y me mira por un momento, con ojos fieros.
Me pregunto cuándo van a dedicar una Mesa Redonda para estos “enfermos sociales”, abandonados a su suerte en las calles, que amanecen muertos tan a menudo en cualquier sitio y nunca hay una mesa redonda para ellos.