LA HABANA, Cuba -Marcos y su madre viven solos en un apartamento sencillo en el Vedado. La señora tiene más de 60 años, aunque aparenta unos 80, debido a una enfermedad mental degenerativa que padece. Apenas camina, usa un sillón de ruedas para trasladarse, en un reducido espacio y con pocas comodidades.
Hace unos tres años tuvo una fractura de cadera. En aquellos momentos, sufría de incontinencia urinaria. Su hijo no contaba con el dinero suficiente para comprarle pañales desechables, por lo que inventó unos trapos con jabas de compras. También tuvo que recurrir a una iglesia católica para que una religiosa la cuidara en las noches; le era imposible ausentarse de su trabajo por muchos días, por el peligro de perderlo.
El joven de 38 años es graduado de artesanía y pinta con talento; aunque no se dedica a esto completamente, por la carestía de material que se necesitan en las artes plásticas. En ocasiones, vende un cuadro y así va subsistiendo.
Labora como vigilante en un local que pertenece al Instituto Cubano de Arte e Industria Cinemattográficos (ICAIC). Su salario –calculado en dólares– es de 24.53 dólares al mes. Trabaja dos días y descansa dos. Se ocupa de todas las labores domésticas, compra la comida, paga las cuentas…, algo normal para un hijo que vive con una madre enferma. Pero lo que resulta en extremo injustificado es la total falta de atención por parte de la Seguridad Social hacia una persona enferma que requiere de cuidados especiales, de medicinas (que no son baratas), de una dieta alimenticia acorde con sus afecciones, y de una pensión adecuada para ayudar a su precaria situación económica.
Ya ni siquiera puede comprar el polivit (vitaminas B1, B12, y B6) en la farmacia, pues en estos momentos hay un déficit de este medicamento y la gente lo acapara con rapidez.
Madre e hijo se alimentan mal, viven de pan con tortilla y lactosoy, una sustitución de la leche, que lleva algo de soya, vitamina A, y con sabor artificial de esencia de chocolate o vainilla. Este producto se les entrega mensualmente a los necesitados de más de 66 años por la libreta de abastecimiento.
Aunque ya su madre no sufre de incontinencia, Marcos ha creado un mecanismo para que cuando se halle sola, pueda orinar por sí misma: ha colocado la cuña que ella usa en una esquina de la cama. También deja en la mesita de noche un pomo de agua y pan.
Son muchas horas trabajando fuera.
Últimamente pasa por momentos difíciles, no puede llevar la ropa a la lavandería Chantres, ya que ha cerrado sus puertas. Y la otra lavandería, que le queda un tanto más lejos, tiene roto el motor del agua. En su casa no tiene lavadora, ni patio para tender la ropa. Pero no se desanima, dice que de alguna manera encontrará una solución.
El muchacho ya no sabe lo que es salir a pasear. Leer y ver televisión son sus únicos entretenimientos. No puede darse el lujo de estar gastando, ni siquiera aspira a tener una pareja: “las mujeres requieren atenciones que no puedo darles”. “El dinero –me dice–, es solo para pagar cuentas y comer, no alcanza para nada más”.