SANTA FE, Cuba. — Luis Blanca Fernández cumplió 80 años el pasado año. Fue uno de aquellos aguerridos estudiantes universitarios que a partir de 1952, se enfrentaron a gritos e insultos contra la policía de la dictadura de Fulgencio Batista.
Luego con piedras y por último, con tiros de pistolas. En agosto de este año fue entrevistado para el periódico Juventud Rebelde. Durante muchos años se lo había tragado la tierra. Nada se sabía de él.
En otra entrevista, hecha el pasado año, llama la atención que Luis Blanca ofreciera por primera vez el testimonio de su viaje a Uruguay, en 1955. Fue el único delegado cubano que participó del Congreso Latinoamericano de Estudiantes, enviado por José Antonio Echeverría.
Me pregunto por qué esperó casi sesenta años para contar ese hecho tan importante, propuesto por una de las figuras históricas más relevantes de la década del cincuenta. En agosto pasado, comenta en Juventud Rebelde cómo él y un grupo de estudiantes, tiraron alcayatas en las calles de Malecón y Prado, para sabotear el carnaval habanero de 1953.
Como yo participé de aquel carnaval y de todos los que se celebraron cada mes de febrero bajo la dicta-blanda de Batista, debo salirle al paso al amigo Luis Blanca y decirle que miente.
El propósito del pueblo era divertirse y fue el pueblo quien ayudó a los policías a recoger las alcayatas de las calles para que durante un mes, pudieran desfilar carrozas y comparsas. Incluso el propio Partido Socialista Popular, por primera vez en su historia, sacó ese año una carroza para exhibir a una mujer muy hermosa, vestida de rojo, proclamada por ellos Reina Popular. Seguramente otra razón por lo que meses después y desde la cárcel, Fidel Castro criticara a los dirigentes comunistas.
Es muy probable que Luis Blanca no se acuerde de mí, siempre muy activo, al frente de las manifestaciones de protesta que se hacían a lo largo de la Avenida San Lázaro. Pero si trajera a su mente el recuerdo de los litros de leche que recibían a través de los balaustres del muro universitario, escondidos y hambrientos los estudiantes, porque afuera los esperaba la policía para rendirles cuentas, tal vez podría saber que era yo quien se arriesgaba a cruzar la calle con los litros, una jovencita de apenas 14 años, ágil e intrépida, sin miedo a ser requerida por la Policía. Incluso recuerdo bien que algunos de los miembros del orden público me veían de lejos y nada intentaban contra mi gesto humanitario.
Por aquellos meses, tuve a Luis Blanca delante de mí en muchas ocasiones. Cierro los ojos y me parece verlo aún, alto, esbelto, rubio, siempre vestido de forma muy elegante y con una de las sonrisas más lindas y varoniles que he visto en mi vida. Era gran amigo de las profesoras
Belkis y Peggy Soriano, dos hermanas que vivían en la calle Ronda,justamente a pocos metros de la escalinata de la Universidad de La Habana, de donde, gracias a ellas, salían los litros de leche. Impartían clases particulares a jóvenes que querían ingresar en el Bachillerato. Yo era una de sus alumnas.
Al día siguiente, escuché de labios de las Soriano cómo había fracasado la acción terrorista del carnaval y que Luis Blanca y otros estudiantes permanecían en prisión.
En muchos días, no tuve que pasar litros de leche a través de las balaustradas del muro universitario.
* Fuente consultada: Una misión de José Antonio, 16 de noviembre 2013, Juventud Rebelde. Le poncharon el carnaval al tirano, 24 de agosto, 2014, Juventud Rebelde.