LA HABANA, Cuba. -Durante mi niñez y juventud, en los años 60 y 70, respectivamente, arribar a la Ciudad Deportiva de La Habana era toparse con infinidad de ‘pitenes’ (juegos improvisados) de pelota— como le llaman en Cuba al béisbol— que se disputaban cada palmo de terreno de esa instalación. A veces el outfield de un pitén casi se mezclaba con el infield del otro pitén. Apenas quedaba margen para otras disciplinas, entre ellas el fútbol, que era practicado por una minoría en un extremo de esta especie de catedral del deporte capitalino.
En días pasados retorné a la Ciudad Deportiva, y el panorama era diametralmente opuesto. Pensé que había llegado a Buenos Aires o Sao Paulo: por doquier había partidos de fútbol, lo mismo de niños que de jóvenes. En uno de esos topes los futbolistas estaban uniformados, y daba la impresión que participaban en un campeonato oficial. Mientras eso sucedía, el miniestadio Juan Ealo, una porción de terreno en la propia Ciudad Deportiva destinado a la celebración de torneos de béisbol infantil, se hallaba desolado. Solamente un partido de softbol entre veteranos les robaba un espacio a los émulos de Messi y Cristiano Ronaldo.
Como el objetivo de mi visita era presenciar un juego de la Serie Provincial de Béisbol, decidí abandonar los terrenos al aire libre y dirigirme al estadio Changa Mederos, que es, junto al Coliseo techado, uno de los sitios más representativos de la Ciudad Deportiva. Jugaban los equipos de La Lisa y Arroyo Naranjo, y la cantidad de público era exigua, como si no les interesara a los aficionados aquilatar las actuaciones de los posibles integrantes del equipo Industriales en la próxima Serie Nacional de Béisbol.
Me acerqué a dos señores que, por la manera en que saludaban a los peloteros y a las autoridades de la Serie Provincial, deduje que eran asistentes habituales a esta competencia. La plática que sostenían parecía interesarles más que las incidencias del juego. Y alcancé a escuchar lo que uno de ellos decía: “La verdad es que cada día esta pelota provincial atrae menos al público. Pero tiene que ser así, ya que aquí ni anuncian el nombre de los jugadores. Apuesto a que casi nadie sabe quienes son los pitchers que están actuando”. A lo que su compañero ripostó: “Bueno, ¿y qué me dices de esa disposición de la Comisión Provincial de asignar solamente tres pelotas por juego? ¡Qué clase de ridiculez! En cualquier momento habrá que suspender un juego por falta de pelotas…”
Y acto seguido la conversación giró en torno a un tema ineludible para todos los seguidores del béisbol en la isla: las declaraciones del manager pinareño Alfonso Urquiola. Así se expresó uno de los señores: “Oye, algo grande tiene que haber pasado para que Urquiola, un hombre que debía estar en alza en este país después de su triunfo en la Serie del Caribe, diga que no dirige más debido a la corrupción que asola al béisbol cubano. ¿Qué estarán ocultando los jerarcas del INDER?”
De inmediato vino a mi memoria lo expuesto por Oscar Sánchez Serra, subdirector del periódico Granma y, al parecer, el único periodista autorizado a abordar temas tabúes del deporte cubano. En el artículo “La pelota”, de la edición de Granma del pasado 1ro de mayo, Serra escribe que “no creo que Urquiola haya empleado el término corrupción como el delito de aquellos que utilizan sus funciones y medios para sacar provecho económico o de otra índole; sino por su estado de decepción, pues quien ama el béisbol, porque es su vida, como la suya, sufre cada acto que lo flagela”.
Al fin la prensa oficialista se digna en reconocer que Alfonso Urquiola está decepcionado. ¿Y ese sentimiento no estará relacionado, entre otras cosas, con el retroceso que experimenta nuestro deporte nacional, sobre todo entre la juventud? ¡Quién sabe!