LA HABANA, Cuba. -En la Avenida 51, en Puentes Grandes, las fachadas de las casas y solares son deslucidas, tristes, también extremadamente agresivas por pertenecer a un barrio considerado como “conflictivo” debido a la violencia y a los contrastes sociales. Pero, de manera sorprendente, entre las personas que lo habitan el lugar pareciera deber su leyenda negra solo a la peligrosidad de sus calles, carentes de señalizaciones.
Según Pedro Ortega y Lázaro Duarte, custodios de la Papelera cercana a La Tropical, vivir y trabajar allí es muy peligroso: “Los accidentes están a la orden del día. No hay señalizaciones claras por las autoridades viales, por eso los choferes conducen como locos. No hay un orden establecido, por eso seguirán los muertos”.
La mayoría de las viviendas de la zona están muy deterioradas. Josefina Menéndez, una vendedora de golosinas caseras, nos habla de sus tragedias personales. Su casa está a punto de caerse: “Lo único que puedo hacer para vivir es vender coquitos que me devengan hasta 100 pesos diarios [4 dólares]. Aquí te quitan la corriente [eléctrica], el agua… nadie se hace responsable por nuestras calamidades”.
En la curva de 51 está el punto de venta de comestibles “El Gallito”, allí conversamos con Maricela Mejías que, según nos dice, depende de sus hijos para poder comer. Al varón, aunque trabaja como relojero, no le alcanza lo que gana con su oficio; la hembra se busca el sustento como prostituta, “jineteado”, y, según nos confiesa la madre, centra sus esperanzas en casarse con un extranjero que los saque de la miseria.
Siguiendo por la misma avenida, al principio de la calle Rizo o San Pedro, se encuentra el comedor para los más desamparados del barrio, allí se ofrece almuerzo y comida a precios que oscilan entre los 15 y 25 centavos de dólar. Según los vecinos del lugar, gracias a ese servicio sobreviven los mendigos y desahuciados. Pero a solo unos metros, al final de la calle, se levantan los condominios de los “mandamás del barrio”, como llaman los vecinos pobres a los generales y coroneles: “a ellos nos les falta nada, los abastecen de todo, ¡frente a nuestras narices!, es una falta de respeto”, exclama un señor en el Parque Martí.
En la calle San Pedro pudimos conversar con varios jóvenes. Algunos jugaban al futbol. Yusmiel Ferrer y Adonis López dicen no interesarles los estudios porque lo que vale es el futbol y buscar cómo ganarse la vida del modo más fácil. Según ellos mismos confiesan, sus padres están muy ocupados en proveerles el plato de comida y no tienen tiempo para educar o velar por sus futuros.
También intercambiamos palabras con un militar que no quiso identificarse. Solo se limitó a comentarnos sobre su trabajo y de cómo velaba por la tranquilidad del barrio en los sábados de fiesta en los Jardines de La Tropical: “Aquí no faltan los 10 carros patrulleros y la vigilancia. Quisiéramos hacer más por nuestra gente, pero la realidad [es que] está difícil para todos. Somos un barrio pobre pero seguro”.
La reputación de Puentes Grandes, al menos en los últimos años, nunca ha sido buena, sobre todo como consecuencia de lo que sucede en los Jardines de La Tropical. En las fiestas nocturnas de este concurrido lugar reinan el bullicio, el alcohol, la violencia y el consumo de anfetaminas como la llamada “Bailarina”, o el “Ambrosio”.