LA HABANA, Cuba. -Berta Pérez tiene 82 años, aunque aparenta más edad. Con su extrema delgadez nadie imaginaría que esta amable señora lava y plancha bultos de ropa a domicilio, en un barrio de Miramar.
“Lavo y plancho para la calle desde los 14 años. No cobro mucho y no soy abusadora. Me gusta dejar la ropa bien limpia, luego la plancho y la vienen a buscar. Aquí en Miramar tengo varios clientes fijos –incluso un matrimonio militar–, que me traen desde pantalones, camisas, blusas, vestidos, hasta ropa de cama. A la gente le gusta como lo hago, porque no le abro huecos y tampoco las mancho. Restriego suave y enjuago bien. Las lavo por separado como en la lavandería, pero a mano. Mucha gente de este lugar tiene mucho dinero. Algunos me pagan por el bulto, y otros por pieza. Yo cobro 5 pesos por cada una, pero los jeans los cobro a 10 pesos”.
Según ella, desde niña se acostumbró a realizar labores en el campo, y a cocinar con leña. Es natural de El Roble, un pueblito aledaño a la provincia de Las Tunas; sin embargo, desafiando las dificultades para conseguir pasaje en guagua, viene a La Habana a pasarse largas temporadas en casa de una hermana que es viuda y vive sola.
“Aprendí a leer y escribir, nunca hice más estudios y a nadie le preocupó. He vivido para trabajar. Cocino con leña allá en mi pueblo, porque no hay gas, ni tampoco han repartido las ollas eléctricas de esas que dicen por el noticiero. Mi esposo y yo nos pasamos el tiempo oyendo el radio, porque no tenemos televisor, y ni soñar comprar uno con lo caros que están en la tienda”.
El esposo tiene 96 años Los dos siempre hacen el viaje juntos, aunque esta vez él se quedó en Las Tunas por no tener un par de zapatos en condiciones para venir. El único par que posee, según Berta, ya está muy deteriorado.
“Tuve cuatro hijos y una se murió de meningitis. Los que quedan me ayudan en lo que pueden, pero ellos tienen sus familias, y a mí no me gusta depender de ellos. Mientras Dios y mi salud me ayuden me buscaré lo mío”.
“Vengo a La Habana porque allá la gente no paga por el lavado y planchado. También arreglo ropa de niños. Enseguida que llego compro huevos y aceite, que son caras por allá. Hace más de dos años que estoy ahorrando porque mi casa es de madera y las ventanas y las puertas se las está comiendo el comején, y me voy a quedar sin casa.”
“No tengo ninguna ayuda de la Seguridad Social, y a mi esposo solo le dan 200 pesos, aunque trabajó 30 años manejando un camión”.
“¿Ves esta ropa que tengo puesta? Bueno…, ésta y otra muda son las únicas que tengo, cuando lavo una, me pongo la otra”.
Así lucha una persona mayor en Cuba cuando no tiene una remesa familiar segura que alivie al menos sus necesidades básicas, y cuando el gobierno se vuelve ciego y sordo ante personas que nunca trabajaron en instituciones estatales.