LA HABANA, Cuba. -Antes de la toma del poder por Fidel Castro en 1959, el tramo de dos cuadras de la calzada de Ayestarán, entre Desagüe y Sitios, era un espacio donde florecían los negocios particulares.
Encontrábamos allí dos bodegas (una operada por españoles y la otra por chinos), una panadería, una farmacia, un tren de lavados atendido por chinos, una carnicería y una fonda que expendía comida para llevar. Ah, claro, también estaba el bar-cafetería La Central, más conocido como “la esquina del Gallego”.
Este último establecimiento, ubicado en la esquina de Ayestarán y Desagüe, hacía las delicias de los consumidores. Sus propietarios eran Julián y Lupe, un matrimonio venido de Galicia que había prosperado en la isla gracias a su consagración al trabajo. Según cuentan algunos vecinos de la zona, este bar-cafetería se destacaba por sus panes con bistec y papas fritas, además de los exquisitos sándwiches de jamón y queso.
Sin embargo, la escasez que paulatinamente aparecía en el país iría mermando las bondades gastronómicas de La Central ya desde los primeros años 60. Y la debacle sobrevino en 1968 al calor de la Ofensiva Revolucionaria, ocasión en la que fueron expropiados todos los negocios que mencionamos al principio.
La Central fue traspasada a una empresa estatal de gastronomía, y como sucedió en casi todos los casos, fue marchitándose con el paso del tiempo. La desidia de unos trabajadores sin sentido de pertenencia, unida a las trabas burocráticas en la asignación de los pocos recursos disponibles, completaron la obra destructiva. Su cierre definitivo aconteció hacia la segunda mitad de los años 70. El local fue abandonado, y quedó en la clásica “tierra de nadie”, a merced de roedores, cucarachas y otros vectores que conspiraban contra la salud de los moradores de las viviendas circundantes.
Cuarenta y siete años después de su expropiación, y como parte de la flexibilización del trabajo por cuenta propia, renace este bar-cafetería, ahora nombrado Los Gallegos, como homenaje a sus fundadores. En la propia esquina de Ayestarán y Desagüe, donde colindan los municipios del Cerro y Plaza de la Revolución, descendientes de Julián y Lupe han decidido probar fortuna en el impredecible mundo del cuentapropismo.
Uno de los propietarios de Los Gallegos nos expresó su perspectiva: “Pretendemos satisfacer los intereses del público más variado. Vamos a trabajar todos los días, de ocho de la mañana a doce de la noche. Tenemos ofertas para el desayuno, las meriendas, el almuerzo y la comida, y a los precios más asequibles que pudimos fijar”.
Nos interesó mucho conocer las expectativas de una de las personas que degustaban los surtidos de este establecimiento: “Aparte de la buena calidad de estos productos, hay una cosa que me satisface enormemente. Y es que Los Gallegos va a mitigar la desolación que exhibe este barrio después de las cinco o seis de la tarde. Porque muchos cuentapropistas cierran al atardecer, y no abren los sábados ni los domingos. Y con los establecimientos estatales no se puede contar. Los únicos que sirven ofertan en CUC. Porque los de moneda nacional siempre están pelados”.
Y no quisimos concluir sin aquilatar el parecer de la propietaria de una de las cafeterías cercanas: “Mira chico, he notado ciertamente que tengo menos público desde que abrió Los Gallegos, aunque mis buenos clientes se mantienen fieles. No obstante, creo que al final ganamos todos, pues la competencia nos obliga a ofertar productos de mayor calidad”.
Por nuestra parte, quisiéramos augurarle un futuro promisorio a Los Gallegos. Mas, es inevitable que nos asalte cierta dosis de escepticismo. Ojalá que los inspectores corruptos, los altos impuestos, y las leoninas fiscalizaciones de los ingresos personales, no acaben por destruir las ilusiones de estos galleguitos.