LA HABANA, Cuba. -Los pasillos, sótanos, galerías, salas, oficinas, consultas y los vetustos ascensores ya no existen. Lo que fue el Hospital Infantil de La Habana ha sido reducido a escombros por la ineficacia administrativa, indolencia e irresponsabilidad de las autoridades cubanas.
En el ya lejano 1988, el hospital insignia de la pediatría latinoamericana, rebautizado Pedro Borrás Astorga —joven estudiante de medicina que encontró la muerte en la batalla de Playa Girón— fue cerrado para una reparación capital con el respaldo de una fundación creada para los efectos en Asturias, porque precisamente Borrás Astorga tenía ascendencia genealógica en esa región española.
La historia es la tantas veces repetida: deficiente o inexistente mantenimiento, deterioro generalizado, reparación capital, ineficiente gestión, bajísimo control de calidad, inmisericorde desvío de recursos. En este caso el resultado ni siquiera fue una construcción deficiente. Según me relata Julio Damián, electricista y vecino de la barriada de El vedado, donde se ubica el otrora centro hospitalario, los trabajadores contratados para la obra sustrajeron y vendieron casi todos los materiales aportados por los donantes asturianos, fueron muchas las viviendas del entorno que fueron reparadas o remodeladas con estos insumos.
Al percatarse del desastre, los benefactores asturianos, dicho en buen cubano, levantaron el campamento. Un mal día, varios años después de “iniciada” la obra, la valla que identificaba a la Fundación Pedro Borras de cara a la Avenida de los Presidentes, ya descolorida y deteriorada por el sol, la lluvia y tanto abandono, desapareció definitivamente y el destino del coloso pediátrico quedó sellado por la dimensión de la obra, inviable ante el desamparo financiero o tal vez por la necesidad de construir centros hospitalarios de excelencia en la lejana Bolivia.
El resto de la historia es simple anécdota, hace pocos años una pared mal levantada se desmoronó, cobrando víctimas fatales, durante años el abandonado edificio fue refugio de un número considerable de “homeless” habaneros y ahora que van desapareciendo los vestigios estructurales del antiguo hospital la vox populi especula acerca de que harán con el estratégico y céntrico espacio. Con el entrecejo fruncido Julio Damián asegura que sería lamentable ver al Borrás, veinte seis años después, convertido en una Shopping o en otro parque.
Para mí personalmente, resulta impactante pasar por el lugar y ver como se deshace lo que queda de una institución que guarda tan caros recuerdos para mí. Yo prácticamente me crié en ese lugar. Mi madre trabajó quince años en el Infantil y mi padre casi veinte cinco, allí se conocieron y formaron una familia. Se mezclan en mi memoria el recuerdo de tanta gente que durante mi infancia me acogió con cariño mientras yo desandaba con naturalidad cada estancia del hospital. No puedo olvidar los nombres de galenos ilustres —Codinache, Hernández Calzadilla, Richard Wells, Benito Bernal, la Dra. Hoan por solo citar algunos— quienes con su entrega personal y grandeza profesional escribieron páginas de excelencia en esa época, lejana y casi olvidada, en que al hospital no entraban alimentos ni ropas de la calle.
A escasas quince cuadras del lugar otra ruina se levanta en lo que fuera un centro asistencial emblemático de la capital, El hospital gineco-obstetrico Clodomira Acosta, antigua clínica Cardona. Este es otro centro hospitalario heredado por la revolución en la barriada de El Vedado que fue durante décadas modelo de esmerada atención y excelencia profesional. Las bondades del servicio y las cualidades de especialistas y técnicos me constan, allí nació mi hija hace veinte dos años.
Hace alrededor de una década el Clodomira, como es generalmente conocido, cerró para una reparación capital, finalmente la obra no avanzó y el inmueble se fue deteriorando. A pesar de la baja natalidad que padecemos la disminución de capacidades hospitalarias provocan incomodo hacinamiento en los hospitales maternos que prestan servicio.
Llamo la atención sobre el particular por el hecho de que en la capital cubana con más de dos millones de habitantes haya casi las mismas instalaciones hospitalarias que cuando éramos setecientos mil hace más de medio siglo. El gobierno, cubano no contento con sustraer decenas de miles de profesionales y técnicos del servicio para exportarlos a otros países, también provoca la pérdida de muy necesarias capacidades hospitalarias. Lógicamente los gobernantes cubanos no sienten estas deficiencias o carencias porque ellos tienen sus hospitales exclusivos.
Allí en la transitada esquina habanera en el extremo sur de la Avenida de los Presidentes, ante los recurrentes comentarios de los transeúntes va desapareciendo lo poco que queda de uno de los principales escenarios de mi infancia.
A pocos metros del lugar se levanta, ofensiva y desafiante la estatua reinstalada del ex presidente José Miguel Gómez (1909-1913), quien en 1912 ordenó la masacre de varios miles de cubanos negros e inocentes. En unos pocos metros, uno frente al otro, se encuentran los monumentos al racismo y a la irresponsable desidia de las autoridades cubanas.
Lamentablemente a instancias del gobierno revolucionario la estatua del general racista y fratricida va a durar mucho más que el viejo hospital de los niños.