LA HABANA, Cuba. — Recientemente presencié un desagradable incidente en una pequeña TRD (Tienda Recaudadora de Divisas) ubicada en la calle 15 entre Concepción y Dolores, Lawton, municipio Diez de Octubre. Husmeaba por las mal decoradas vidrieras, mientras las tres empleadas conversaban de sus problemas domésticos sin prestarles atención a los clientes. A mis espaldas escuché a una señora que preguntaba: “¿Eso de ahí es un horno?” pero al parecer, las mujeres no la escucharon, pues siguieron en su tertulia.
La señora repitió la pregunta, pero esta vez alzó la voz. “Es muy chiquito”, le respondió una de las empleadas, “pero no grite”. Y siguieron conversando. La clienta pidió ver el artículo en cuestión, y seguía recibiendo la misma respuesta. Ante su insistencia, las empleadas se pararon al unísono y la increparon bastante descompuestas. “¿Usted tiene el dinero ahí? ¿Lo va a comprar ahora mismo?” le dijo una de ellas, mientras la otra gritaba: “Está muy para atrás, no lo podemos sacar por gusto”, y como para justificar sus palabras tumbó unos artículos colocados ante el horno. La tercera, por su parte, llamó al empleado del almacén: “¡Ven para que bajes el horno, y trae los papeles, que esta señora lo va a comprar!” La pobre señora me lanzó una mirada triste y me dijo: “Yo no sé a dónde vamos a llegar”, mientras rápidamente buscaba la puerta de salida.
Hace unos días también me comentaba una joven que después de esperar largo rato en otra TRD a que le despacharan al cliente que tenía delante, que compró un horno de microondas, cuando le pidió al dependiente una sanduichera, este simplemente le respondió: “No sirve para microwave” y se retiró. La muchacha pensó que habría ido a buscar su pedido, pero a los pocos minutos el joven regresó con las manos vacías y se extrañó de verla aún en el lugar. “¿Querías algo más?” le preguntó, extrañado. Ella insistió en su pedido, y el muchacho repitió la réplica. Entonces la muchacha se vio obligada a aclararle, no sin fastidio, que ella no lo quería para microwave, y solo así consiguió efectuar su compra.
Comentando estos incidentes con Pedro Rodríguez, un amigo que viaja a Ecuador, me contó que los zapatos que traía puestos los compró gracias a la buena gestión de venta de un empleado en una peletería de ese país. Este lo vio mirando en la vidriera, lo invitó a entrar y como dice él, por poco le baja la tienda enseñándole zapatos. “Aquí se critica mucho al capitalismo”, me dijo, “pero antes los capitalistas por nada del mundo te gritaban ni te preguntaban si llevabas dinero encima”. Mi amigo me hizo recordar los tiempos en que daba gusto entrar a tiendas como Almacenes Ultra, aun sin comprar nada. Los tiempos en que El Encanto le hacía honor a su nombre.
En nuestro país, sin embargo, aunque estos maltratos son ya rutinarios, en los cuentapropistas se va notando la mejoría en el trato y la gestión de venta, pues han empezado a percatarse de que sin satisfacción no hay clientela, y sin clientela no hay negocio.
Las personas mayores recuerdan a menudo cómo era la atención de los comerciantes antes de 1959, cómo se cumplía el lema de que “el cliente siempre tiene la razón”. Ojalá que más pronto que tarde el buen trato (hacia los clientes y entre todos) vuelva a ser algo cotidiano, y no se quede solo en el recuerdo, pues del recuerdo pasaría al olvido total.
Y lo peor: si seguimos olvidando todo lo bueno que una vez tuvimos, es solo cuestión de tiempo hasta que nuestra condición humana quede atrás definitivamente.
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