LA HABANA, Cuba, diciembre (173.203.82.38) – A no ser que imiten la brutalidad del código penal chino respecto a los dirigentes corruptos, los días de la revolución cubana podrían estar contados. No hay institución que se salve. Por el número de participantes, directos e indirectos, es apropiado considerar que se trata de un fenómeno cultural asociado a políticas incongruentes, en no pocas ocasiones marcadas por lo bufonesco.
En la medida en que crecieron las pretensiones del Estado de controlar y prohibir, los resultados han girado en sentido contrario. Los vientos de la supervivencia han barrido con las normas del comportamiento civilizado. Robar, sobornar, aparentar, son términos que fijan pautas dentro de la sociedad. La mayoría apuesta por integrarse a los mecanismos a través de los cuales evaden una parte de las necesidades más apremiantes.
Es utópico vivir en Cuba de la manera que han estipulado los dueños del país, que nos privan de los derechos fundamentales. Suplir con ideología las insuficiencias materiales y espirituales ha sido un error. Es posible que desde el comienzo de su trayectoria política, los que gobiernan creyeran en la idea de articular una sociedad basada en la sustitución de las leyes económicas y sociales vinculadas al capitalismo. La historia desmiente esa tesis.
El tráfico de transacciones ilícitas, de arriba abajo, es suficiente para valorarlo como un asunto de extrema gravedad. Los nudos de las dificultades se desenredan si se cuenta con los contactos adecuados y la entrega de dinero exigida por un abogado dispuesto a mover sus influencias, el gerente de una tienda que saca de algún escondrijo el producto demandado, o el administrador de un centro de trabajo que separa las mejores plazas para venderlas a precios de lujo.
Hay detalles a la hora de comprender las dimensiones de una crisis que va más allá de lo meramente estructural. Los cubanos más corruptos suelen ser militantes del partido y oficiales de alta graduación de las fuerzas armadas.
Un amigo comentaba hace unos días que el cambio en Cuba, para que fuera tan siquiera medianamente exitoso, debería comenzar en el aspecto político y derivar hacia lo económico. Desafortunadamente no sucederá de esta manera. La política sigue siendo un espacio vedado. Sólo algunas reformas en la economía están en discusión.
Esas tibias aperturas que se implementan y otras en perspectiva de estructurarse, abonarán las nuevas ilegalidades, lo que significaría la quiebra total del sistema.
No va a ser fácil eliminar la frase que mueve a la sociedad. “Aquí todo se resuelve”.