SONORA, México, noviembre de 2013, www.cubanet.org.- Pocas semanas atrás, alguien que vive en Cuba y que es de toda mi confianza, me escribía, no sin cierto entusiasmo, sobre las nuevas y prometedoras aperturas del raulismo en la isla.
“Te sorprenderías”, me decía vía correo electrónico, “si vieras los negocios que tiene la gente acá. Ayer estuvimos en un cine de 3D, es toda una sala habilitada con siete butacas súper confortables, hay que reservar porque se llena enseguida. Tiene aire acondicionado central, dan palomitas, tienen las gafas originales y películas de estreno.”
Sin ser necesariamente partidaria del régimen, esta persona no podía disimular su motivación hacia lo que parecía ser, a mediados de este año, un brote de liberalidad sin precedentes en el panorama posterior a la revolución de los Castro. No pocos de mis amigos en la isla han estado alimentándose con las sanas esperanzas de que eventualmente habrá de resquebrajarse el viejo armatoste de la economía castrista, y aún en medio de la abulia congénita que impone la tradición, han optado por creer en esa parcial libertad con que muchos “cuentapropistas” han ido levantando sus pequeños negocios y consiguiendo discretos dividendos. Muchos han confiado en la autenticidad de las “reformas” y, aún sabiendo que los seguirá gobernando la misma cúpula de siempre, han apostado a un eventual cambio profundo en la sociedad cubana, a una fe casi suicida en que Raúl Castro va a entender, por cansancio o epifanía, que lo único que puede sacar a Cuba de su estatismo económico es la estimulación del mercado, la legalidad de la competencia, el espíritu emprendedor y las oportunidades para desarrollarlo.
Craso error de apreciación de mis amigos. La nota informativa firmada por el Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros, no deja dudas acerca del cierre inmediato, y sin apelación posible, de las salitas al estilo de aquella tan confortable en la que, aún costando 3 CUCs, mi amiga tenía el chance de disfrutar algún que otro fin de semana. El edicto real es definitivo: “(…) la exhibición cinematográfica (incluye las salas de 3D) y los juegos computacionales, cesarán de inmediato en cualquier tipo de actividad por cuenta propia. (…)
Cuando más alto volaban las expectativas de connacionales y partidarios del socialismo en el mundo (esos que ya se convencieron de la ineficacia del modelo castrista pero que aún confían en una viable y honesta rectificación de sus aberraciones), más recio cayó el martillo de la decepción sobre sus mentes soñadoras.
La dureza del golpe se basa en una premisa muy simple que casi nunca tienen en cuenta aquellos que todavía esperan una salida digna al caos cubano: Los gobernantes no quieren negocios prósperos dentro de su jurisdicción. No quieren empresarios independientes teniendo éxito en el seno de un esquema diseñado para la eterna pobreza. Y no es que exista una razón lógica para algo tan autodestructivo. No quieren porque no quieren, y punto.
Ingravity
Teniendo en cuenta que, en efecto, estos negocios estaban fuera de sus perfiles de licencia, que nunca existió un permiso oficial para crear salas de cine, juegos de computadora, o venta de ropas y alimentos no artesanales, que estaban haciendo uso inapropiado de otro tipo de venias, una opción responsable y consecuente con la vida económica actual de los cubanos habría sido crear para ellos el perfil adecuado, dejarlos trabajar y recaudar los impuestos para beneficio del tesoro público y oxigenación de las relaciones mercantiles. Pero no. De eso no se trata el librito con la historia idílica de aquella revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes.
“Orden”, “disciplina” y “exigencia” son las otras palabras que resalta, en negritas, la nota informativa del Granma. Aunque millones han creído en el tan publicitado cambio cubano, aún falta mucho para que la vacía retórica con las palabras de siempre, le ceda su espacio al necesario pragmatismo. Mientras en Cuba se siga desmantelando cada intento de iniciativa empresarial en lugar de aceptarla, adaptarla o regularizarla, seguirá siendo un chiste de mal gusto la famosa voluntad raulista para reformar los enmohecidos engranajes de la patria.
Un amargo despertar tiene que haber sido esta nueva película con que acaban de crucificar a los dueños de salitas cubanas en 3D, el desenlace de un sueño que les permitió creer por unos meses en la posibilidad de lo posible, la última tentación de un incipiente empresario que confió en que su país ya estaba sacándose de encima el polvo del maniqueísmo sin sospechar que, por el contrario, sólo les estaba soltando un poco la cuerda, a ver hasta dónde llegaban.
¿Por qué ahora?, se preguntarán, ¿por qué ahora que ya debe estar por arribar al mercado negro habanero la versión pirata de Gravity, el filme más taquillero de Alfonso Cuarón, en su impecable 3D? ¿Por qué no fue antes esta otra ley de gravitación oficial que tanto pesa sobre las siempre cósmicas aspiraciones de prosperidad ciudadanas?
Ah, queridos amiguitos, papaítos y abuelitos… Estamos a poco más de un mes de la edición 35 del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. En pocas semanas las autoridades le demostrarán al mundo – a ese mundo de poca fe – que lo que menos falta en la isla es cine, y no cualquier cine imperialista hollywoodense como esas peliculitas con George Clooney, Sandra Bullock y efectos especiales millonarios, sino cine de calidad, cine hermano, cine solidario. La prueba de que esas salitas de cine en 3D no eran necesarias ni imprescindibles lo será, sin duda alguna, el mar de pueblo que inundará cada lunetario con programación del festival, cada cine de barrio más o menos ruinoso, ese pueblo culto que hará colas para ver lo mejor del cine hispanoamericano, las muestras europeas y que, por otro año consecutivo, seguirá sobreviviendo como mejor puede, y de una u otra manera seguirá creyendo en las garantías de cambio que, con tantos golpes de pecho y tantas veces, les han prometido sus gobernantes; eso sí, dentro de los marcos de la sagrada legalidad socialista.